9 de octubre
Gunther
Anacoreta, 955 -
1045
Descendiente de
la más alta nobleza, primo del emperador Enrique y cuñado del rey Esteban de Hungría,
Gunther nació en Turingia, lleno de defectos: inclinado por las cosas mundanas,
llevó durante años una vida de lujo, disipación y excesos, hasta que la
influencia del abad Godeardo lo indujo a peregrinar a Roma y Tierra Santa,
donde perdió una tercera parte de sus vicios.
A su regreso, inició
su camino hacia la santidad obsequiando sus bienes a la Iglesia, y por su
intermedio, a los pobres, e ingresó al monasterio de Niederaltaich.
No habiendo
conocido, ni siquiera oído hablar, de la pobreza, la castidad y la necesidad,
acudía excesivamente al abad a presentarle quejas y reclamos, lo que suscitaba
entre ambos violentas disputas. Hasta que el abad, harto, dejó sentado que o
bien Gunther obedecía de acuerdo con su voto, o tendría que abandonar la orden,
regresando a las vanidades del mundo.
Las vanidades
del mundo no tenían atractivo para alguien carente
de bienes, por lo que se
operó en él una segunda transformación: decidido a humillarse aún más de lo
prescripto por la orden, perdió otra tercera parte de sus defectos, se convirtió
en ejemplo para muchos y su fama se extendió más allá de las fronteras de la
región.
Convocado como
consejero por Esteban de Hungría, Gunther se mantuvo fiel a sus votos y propició
su primer milagro. En ocasión de un banquete en que fue servido un pavo real,
plato predilecto del rey, Gunther se negó a comer. Convencido de que su cuñado
aún conservaba varios de sus caprichos de la niñez, el monarca se enfureció y
lo obligó, por orden real, a comer el plato. Entre la espada y la pared,
Gunther se refugió en la oración. Fue entonces que el pájaro muerto levantó la
cabeza y con un graznido de agradecimiento, se alejó volando.
Luego de esto,
se le quitó al monje el gusto por la corte y el pavo relleno, y con permiso de
su abad, se refugió en el bosque de Bohemia, donde se construyó una celda y una
capilla. Durante más de treinta años acabó por librarse de la última parte de sus
vicios llevando una vida ascética, sanó enfermos y posesos y trataba con
absoluta familiaridad a los animales del bosque, entre los que era fácil
identificar al resucitado pavo real.
Lamentablemente,
aquel recóndito y desconocido valle se fue convirtiendo en meta y destino turístico
de un número cada vez mayor de admiradores del anacoreta, varios de los cuales
se quedaban a vivir ahí. Fue así que se creó una dependencia del monasterio que
ya no correspondía a su anhelo de silencio y contemplación, por lo que una vez
más decidió retirarse a otro
punto del bosque. Ahí transcurrió los últimos años
de su larga vida, sin conseguir el ansiado retiro del mundo ya que siguió
siendo importunado por enfermos, posesos, dementes, fans y gobernantes que
buscaban su consejo. Pero ya tenía 90 años, muchos para seguir huyendo.
Comparte su día
con Dionisio, Gisleno, Sabino y Abraham o Ibrahim, a quien Dios hizo salir de
Caldea para que encontrara el mundo de la fe. Y para convertirlo en Padre de
los creyentes, le pidió que sacrificara a su único hijo, aunque en el último
instante le envió la contraorden. Dios es así.
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