sábado, 5 de octubre de 2013

4 de octubre

Amón



Anacoreta, m. hacia 350

Desposado muy joven contra su voluntad, convenció a su sufrida esposa de mantener ambos la castidad cohabitando como hermanos. Dieciocho años después, la indemnizó regalándole todos sus bienes y marchó al desierto de Nitria, donde su vida piadosa atrajo hacia su morada a entre 2000 y 5000 jóvenes discípulos, con quienes vivió también como hermano, instruyéndolos en la mortificación del cuerpo.
Cuando en una ocasión debía atravesar el río Licus en compañía de su discípulo Teodoro, vacilaba pues no quería mostrarse desnudo frente al joven, de pronto, sin saber cómo, se encontró en la otra orilla, seco y vestido. 
Falleció muy anciano ante en presencia de san Antonio, quien vio
como unos ángeles llevaban su cuerpo al cielo. Huelga decir que todos volaban vestidos.  
Lleva su mismo nombre un policía romano que 100 años antes estaba encargado de mantener el orden durante las sesiones de tortura a los cristianos. Fue canonizado pues en cierta oportunidad, al advertir que uno de los mártires comenzaba a dudar de la Fe, puso las cosas en su sitio dándole ánimo y a la postre compartiendo su suerte. De otro modo, la tortura hubiese cesado, y no es eso lo que queremos.



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