24 de octubre
Antonio María Claret
Obispo y
fundador, 1807 - 1870
Tejedor catalán,
hijo y nieto de tejedores catalanes, alumno en la escuela nocturna de Sallent, aprendió
latín, francés y el oficio de impresor antes de cursar sus estudios superiores en
la escuela de Cristo, en la que había hecho su preescolar a los cinco años. Fue
entonces que propició su primer milagro: cuando debido a su delicada salud
tomaba baños de mar, una ola lo arrastró hacia las profundidades, hasta que se
le apareció la Virgen,
quien, tras subirlo a la superficie, lo subió a su manto y lo trasladó de
regreso a la playa.
A los veinte
años dejó su profesión de tejedor y se trasladó a Roma con la idea de hacerse
sacerdote y misionero. No pudiendo profesar los votos de la Compañía de Jesús, regresó
a Sallent y fundó la congregación de los Hijos del Inmaculado Corazón de María,
más conocidos como padres claretianos.
A poco de la
fundación, el Demonio le dejó una carta autógrafa en la que le decía: “Estarás
contento, ladrón: te han hecho obispo”.
Dicho y hecho: a
pesar de todos sus esfuerzos por renunciar a la dignidad episcopal, lo que era lógico y razonable sabiendo de donde venía, el papa en persona le ordenó aceptar el nombramiento de
arzobispo de Santiago de Cuba.
Su predicación
en el decadente ambiente de la isla le granjeó numerosos enemigos y varios
intentos de acabar con su vida, entre ellos el ocurrido en Holguín, donde un
embozado le apuñaló la cara y el brazo con el que había procurado defenderse. No
sólo no murió sino que al notar que la cicatriz fue tomando la forma de la
imagen de la Inmaculada,
su espíritu apostólico se enardeció aún más.
Se libró de sus potenciales homicidad cuando
se lo llamó a Madrid como confesor de la reina Isabel III de Borbón, quien
fue destronada diez años después, obligando al santo a buscar refugio en
Francia.
Tuvo todavía
tiempo de participar del Concilio Vaticano I, pero totalmente consumido a la
edad de sesenta y dos años, entregó su espíritu al Señor y su cuerpo a los
gusanos en la abadía de Fonfroide un 24 de octubre de 1870.
Beatificado por Pío
XI el 25 de febrero de 1934 y canonizado por Pío XII el 7 de mayo de 1950,
protege a los hilanderos y tejedores casi tanto como a los misioneros
claretianos, a la
Congregación de las Religiosas de María Inmaculada Misioneras
Claretianas y, sin que se sepa muy bien por qué, a las islas Canarias.
Lo que queda de
él descansa en la catedral de Vich.
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