miércoles, 30 de octubre de 2013

30 de octubre

Dorotea de Montau



Viuda, 1347‑ 1394
A la edad de siete años cayó dentro de un caldero con agua hirviendo y desde entonces se aficionó a martirizar su carne. Se quemaba con hierros candentes y en las rodillas se le crearon abscesos supurantes, ya que gustaba de arrodillarse sobre duras tablas o afiladas virutas. Para peor, echaba salmuera y ortigas sobre sus heridas a fin de evitar que sanasen.
Hacia finales de su adolescencia la casaron con un artesano. El matrimonio duró veintiséis años que para Dorotea fueron un único suplicio. Para el artesano, más.
La actitud de nuestra santa era tan casta que su espíritu permaneció virgen. Con el apoyo de su confesor se sustraía del abrazo matrimonial tantas veces como le era posible y, cuando al fin nació una hija, Dorotea logró que el sufrido artesano renunciara a sus derechos matrimoniales. La hija se hizo más tarde monja.
Más que la abstinencia, al artesano lo exasperaba muy
especialmente que su cónyuge fuera sorprendida por arrebatamientos durante el trabajo del hogar. A menudo Dorotea guisaba pescado sin quitarle las escamas o sin limpiarlo, y ni siquiera se daba cuenta. En cierta oportunidad fue hasta el mercado para comprar hilo, pero pasó por la Iglesia y al regresar había olvidado por completo la razón por la que había salido de su casa. Otra vez dejó de darle el pecho a su hija, que lloraba, porque cayó en un profundo éxtasis. Su marido la sacó de trance mediante un expeditivo golpe en la cabeza; las señales permanecieron visibles durante muchos años.
Al fin el artesano compró una casa en la que ella tenía su propia habitación. Ahí pasaba las noches enteras con la ventana abierta, extasiada en fogoso amor por su prometido celestial. A partir de 1378 recibió las llamadas “heridas de amor”, que se efectúan en el
espíritu, pero que también resultan orgánicamente perceptibles.
Era herida por flechas, lanzas y rayos, y esto casi a diario. Hacia 1390 recibió una “herida desgarradora”, un profundo agujero en el pecho que se repitió cada año por Pascua hasta el fin de su vida.
Cuando el artesano abandonó este auténtico valle de lágrimas, Dorotea pudo entrar al monasterio de Marienwerder. Poco después, se hizo tapiar en la iglesia como reclusa y en sus últimos meses de vida el Salvador le confirmó que verdaderamente se había convertido en su esposa.
No nos han sido dados a conocer detalles del milagroso incidente.

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