viernes, 8 de noviembre de 2013

6 de noviembre

Leonardo

Ermitaño, m. hacia 550

Escandalizado de la vida disipada de la corte merovingia, este noble franco se retiró a un sombrío bosque cercano a Limoges, donde llevó una pacífica existencia anacorética hasta que, yendo de caza, el rey Teodoberto lo descubrió, suplicándole que intercediera en favor de su esposa, ante el trance de un parto difícil.
Leonardo intercedió y la reina dio felizmente a luz.
Luego de que por mandato real el bosque le fuera concedido en propiedad, Leonardo construyó una capilla alrededor de la cual se fue creando una comunidad, espiritual según algunos, aguantadero según otros, refugio de desgraciados, atemorizados, orpimidos y perseguidos. El rey le había asegurado la liberación de todos los prisioneros que encontrase.
Su tumba, erigida en la misma capilla que construyera con sus
manos, se convirtió también en refugio de enfermos, que sanaban misteriosamente.
Por su virtud milagrosa se pedía su bendición para caballos y reses vivas. Más tarde los animales fueron de hierro, pero en estos casos poco podía hacer para sanarlos.
Protector de las parturientas y los enfermos mentales, es patrono de los campesinos y los mozos de cuadra, los forjadores, cerrajeros y, muy especialmente, los prisioneros.
Se lo invoca contra el dolor de cabeza, la tuberculosis infantil y la sífilis.
Comparte el día con Severo, Teobaldo y Vinoco, a quien los ángeles ayudaban a hacer girar las muelas de su molino. Gracias a ello, sin cansarse ni realizar el menor esfuerzo pudo llegar a ser patrono de los molineros.

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