sábado, 2 de noviembre de 2013

2 de noviembre

Marciano



Anacoreta, siglo IV
De familia patricia y nacido en Cirra, se retiró a llevar una vida de eremita en el desierto de Calcedonia, entre Antioquia y el Éufrates. Escogió ahí el rincón más escondido y se encerró en una estrecha celda, tan baja y tan reducida de tamaño, que no podía estar de pie ni acostado, sin encogerse.
Su fama de taumaturgo se esparció en poco tiempo, pero le molestaba tanto que jamás prestaba oídos a quienes acudían a su intercesión para obtener un milagro. Así, en cierta ocasión en que un habitante le pidió que bendijese un poco de aceite para curar a su hija enferma, el santo se negó en redondo y la enferma recobró la salud en ese mismo instante.
Importunado por sus discípulos Eusebio y Agapito, por su sobrino Alipio, que insistía en construirle sepulcros, y por la multitud que lo elegía como destino turístico, escogió la contemplación y el silencio para así escuchar mejor la palabra de Dios.
Lamentablemente, debido a esos mismos votos, no sabemos qué le dijo.

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