2 de noviembre
Marciano
Anacoreta, siglo
IV
De familia
patricia y nacido en Cirra, se retiró a llevar una vida de eremita en el
desierto de Calcedonia, entre Antioquia y el Éufrates. Escogió ahí el rincón
más escondido y se encerró en una estrecha celda, tan baja y tan reducida de
tamaño, que no podía estar de pie ni acostado, sin encogerse.
Su fama de
taumaturgo se esparció en poco tiempo, pero le molestaba tanto que jamás
prestaba oídos a quienes acudían a su intercesión para obtener un milagro. Así,
en cierta ocasión en que un habitante le pidió que bendijese un poco de aceite
para curar a su hija enferma, el santo se negó en redondo y la enferma recobró
la salud en ese mismo instante.
Importunado por
sus discípulos Eusebio y Agapito, por su sobrino Alipio, que insistía en
construirle sepulcros, y por la multitud que lo elegía como destino turístico, escogió
la contemplación y el silencio para así escuchar mejor la palabra de Dios.
Lamentablemente,
debido a esos mismos votos, no sabemos qué le dijo.
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