viernes, 15 de noviembre de 2013

15 de noviembre

Alberto Magno

Doctor de la Iglesia y obispo, 1193 ‑ 1280

Santo patrono de los científicos, el apodo de Alberto, “El Grande”, podía sonar irónico a los herejes, apostatas y paganos, pero cabe presumir que sus contemporáneos se lo dieron por sus innegables dotes de pensador y científico y no por su estatura.
Nacido de familia noble, en Lauingen, Suabia, en 1193, ingresó a la orden de los dominicos recién treinta años más tarde. Era prácticamente un enano, lo que es fácil de deducir del modo en que fue presentado al papa, quien no habiéndolo visto nunca antes dijo con afabilidad: “Levántate”.
“Señor papa, ya estoy de pie”, respondió Alberto.
Enano y todo, no fue discriminado por sus piadosos hermanos ni por sus discípulos, entre quienes se contaba nada menos que Tomás
de Aquino. Fue precisamente Alberto quien introdujo a Tomás en el conocimiento de Aristóteles y en la inusitada versación sobre la naturaleza femenina de que haría gala el Santo de Aquino.
Por su inconmensurable saber en todos los campos de la teología, la filosofía y las ciencias naturales, Alberto recibió el título de Doctor Universalis, siendo un detalle menor que todas sus teorías estuvieran equivocadas.
Especial admiración, aunque también recelo y temor, despertaban sus estudios de las ciencias ocultas. Se creía que podía cambiar el curso de las estaciones y ordenar al demonio que construyese puentes o lo trasportara a él por los aires. Pero en su lecho de agonía, el propio Alberto rehusó haber sido nigromante y pidió que al tercer día después de su muerte, abrieran su tumba. Así sucedió, y no lo hallaron tendido como a cualquier cadáver que se precie, sino orando en su sarcógafo. Podría decirse que si Alberto no sucumbió a la Inquisición fue porque pertenecía a la orden de los dominicos, que eran, precisamente, quienes la lideraban.
Su misoginia fue exacerbada, pero científica: llamaba “hombres incompletos” a las mujeres y sostenía que eran menos morales por tener mayor proporción de agua en el cuerpo. Para Alberto, el trasiego sexual era antinatural (en tanto el hombre copulaba con una bestia) y provocaba debilidad, hedor, calvicie y achicamiento del cerebro. Pero no hablaba por hablar: era de público conocimiento que durante años se vistió de mujer a fin de poder investigar la constitución y las enfermedades del cuerpo femenino.
Dos años antes de morir, perdió la memoria y sus conocimientos se borraron como se borra lo escrito con tiza mediante un borrador; entonces declaró que no podría hacerse responsable de lo que expresase de ahí en adelante. Algunos maledicentes opinaron entonces que de tanto travestirse Alberto se había convertido en una auténtica mujer. No obstante no ser eso verdad, no fue canonizado ni hecho Doctor de la Iglesia sino hasta 1931, casi setecientos años después de su muerte, cuando ya nadie se acordaba de él ni de sus peculiares costumbres.

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