19 de noviembre
Isabel de Hungría
Viuda, 1207 – 1231
A la edad de
cuatro años la princesa Isabel fue prometida en matrimonio al príncipe Luis de
Turingia y desde entonces vivió en el castillo de sus suegros. Los príncipes se
trataban uno al otro de “hermano” y “hermana”, no obstante lo cual, llegados a
cierta edad, consumaron su matrimonio, y más de una vez.
Isabel dio a luz
a tres hijos, pero siendo princesa tenía poco que hacer, dedicándose entonces a
la caridad cristiana: ayudaba a pobres y enfermos y en cierta oportunidad
acostó a un leproso en su lecho. Enterado el príncipe de que su esposa tenía un
visitante secreto corrió hacia su alcoba, apartó las mantas y en vez del
leproso encontró un crucifijo.
Si bien Luis
compartía el ardor místico de Isabel, no ocurría lo propio con el resto de su
familia. Cada vez que su esposo partía para hacer la guerra su suegra le volvía
la vida imposible. Fue así que entre el ambiente hostil del castillo y su
pulsión hacia la caridad, Isabel fue cayendo bajo la influencia de su confesor,
Conrado de Marburgo, quien abusaría de ella física y mentalmente hasta el fin
de sus días.
Era un sacerdote
asceta y predicador de las cruzadas, que
simpatizaba con los monjes
mendicantes, pero que había jurado eterna enemistad contra los herejes: “Antes
quemar a cien inocentes que dejar libre a un hereje”, era su máxima.
La perversa
relación entre alumno y discípula se acentuó a la muerte del príncipe Luis, que
sumió a Isabel en la desesperación. “¡Muerto!¡Muerto!¡Muerto! ¡El mundo se
ha muerto para mí!”, dicen que exclamó al recibir la noticia.
Pero el
melodrama no acabó ahí: su cuñado, el príncipe Enrique, que ansiaba ocupar el
trono cuanto antes, la expulsó del castillo junto con sus pequeños hijos,
arrojándola al frío cortante del invierno; nadie se atrevió a acogerla, mucho
menos los pobres por los que tanto había hecho.
Tras diversas
calamidades se trasladó a Marburgo y ahí ingresó a la tercera orden de san Francisco,
donde le cortaron los cabellos, se puso una cuerda a modo de cinturón sobre su
tosco vestido gris y desde aquel momento fue siempre descalza. Para peor,
Conrado estaba ahí.
En poder de
Conrado, Isabel pronto se convirtió en un juguete en manos de un niño
psicótico. El monje la trataba con inexorable severidad y a la más nimia
desobediencia la castigaba sin piedad: tenía que desnudarse y era azotada hasta
que le brotaba la sangre.
Conrado la privó
también de sus sirvientas de confianza y la llevó a casa de dos mujeres, una de
las cuales era brusca y de una fealdad repugnante; la otra era sorda y pérfida.
Entre ambas le hicieron la vida tan imposible que hasta llegó a añorar a su
suegra.
Cuando su padre,
el rey de Hungría, vio el estado en que había caído su hija, se echó a llorar,
rogándole que regresara a casa, pero ella se rehusó, prefiriendo el maltrato
que recibía de Conrado, con el que, para algunos, sostenía un vínculo de
naturaleza carnal.
Como sea, es evidente que la brutalidad de Conrado fue
responsable de provocarle la muerte a la edad de veinticuatro años.
Conrado inició
rápidamente el proceso de beatificación y dícese que vendió como reliquias
muchas pertenencias de Isabel, así como su pelo y sus uñas.
Los esfuerzos
del monje no fueron infructuosos, pudiéndose comprobar más de cien milagros
obrados por la intercesión de Isabel, entre ellos, nueve resurrecciones. De
este modo pudo ser canonizada apenas cuatro años después de su muerte.
Conrado fue
asaltado al poco tiempo por unos caballeros vengativos y, aunque suplicó por su
vida, lo mataron sin compasión. Este asesinato puso fin a la Inquisición en
Alemania, aunque en los siglos venideros a Conrado no le faltarían imitadores
en su terruño.
Patrona de
Essen, Marburgo, Turingia, es protectora de los panaderos y los mendigos. Se la
invoca contra las plagas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario