martes, 19 de noviembre de 2013

19 de noviembre

Isabel de Hungría

Viuda, 1207 – 1231
A la edad de cuatro años la princesa Isabel fue prometida en matrimonio al príncipe Luis de Turingia y desde entonces vivió en el castillo de sus suegros. Los príncipes se trataban uno al otro de “hermano” y “hermana”, no obstante lo cual, llegados a cierta edad, consumaron su matrimonio, y más de una vez.
Isabel dio a luz a tres hijos, pero siendo princesa tenía poco que hacer, dedicándose entonces a la caridad cristiana: ayudaba a pobres y enfermos y en cierta oportunidad acostó a un leproso en su lecho. Enterado el príncipe de que su esposa tenía un visitante secreto corrió hacia su alcoba, apartó las mantas y en vez del leproso encontró un crucifijo.
Si bien Luis compartía el ardor místico de Isabel, no ocurría lo propio con el resto de su familia. Cada vez que su esposo partía para hacer la guerra su suegra le volvía la vida imposible. Fue así que entre el ambiente hostil del castillo y su pulsión hacia la caridad, Isabel fue cayendo bajo la influencia de su confesor, Conrado de Marburgo, quien abusaría de ella física y mentalmente hasta el fin de sus días.
Era un sacerdote asceta y predicador de las cruzadas, que
simpatizaba con los monjes mendicantes, pero que había jurado eterna enemistad contra los herejes: “Antes quemar a cien inocentes que dejar libre a un hereje”, era su máxima.
La perversa relación entre alumno y discípula se acentuó a la muerte del príncipe Luis, que sumió a Isabel en la desesperación. “¡Muerto!¡Muerto!¡Muerto! ¡El mundo se ha muerto para mí!”, dicen que exclamó al recibir la noticia.
Pero el melodrama no acabó ahí: su cuñado, el príncipe Enrique, que ansiaba ocupar el trono cuanto antes, la expulsó del castillo junto con sus pequeños hijos, arrojándola al frío cortante del invierno; nadie se atrevió a acogerla, mucho menos los pobres por los que tanto había hecho.
Tras diversas calamidades se trasladó a Marburgo y ahí ingresó a la tercera orden de san Francisco, donde le cortaron los cabellos, se puso una cuerda a modo de cinturón sobre su tosco vestido gris y desde aquel momento fue siempre descalza. Para peor, Conrado estaba ahí.
En poder de Conrado, Isabel pronto se convirtió en un juguete en manos de un niño psicótico. El monje la trataba con inexorable severidad y a la más nimia desobediencia la castigaba sin piedad: tenía que desnudarse y era azotada hasta que le brotaba la sangre.
Conrado la privó también de sus sirvientas de confianza y la llevó a casa de dos mujeres, una de las cuales era brusca y de una fealdad repugnante; la otra era sorda y pérfida. Entre ambas le hicieron la vida tan imposible que hasta llegó a añorar a su suegra.
Cuando su padre, el rey de Hungría, vio el estado en que había caído su hija, se echó a llorar, rogándole que regresara a casa, pero ella se rehusó, prefiriendo el maltrato que recibía de Conrado, con el que, para algunos, sostenía un vínculo de naturaleza carnal.
Como sea, es evidente que la brutalidad de Conrado fue responsable de provocarle la muerte a la edad de veinticuatro años.
Conrado inició rápidamente el proceso de beatificación y dícese que vendió como reliquias muchas pertenencias de Isabel, así como su pelo y sus uñas.
Los esfuerzos del monje no fueron infructuosos, pudiéndose comprobar más de cien milagros obrados por la intercesión de Isabel, entre ellos, nueve resurrecciones. De este modo pudo ser canonizada apenas cuatro años después de su muerte.
Conrado fue asaltado al poco tiempo por unos caballeros vengativos y, aunque suplicó por su vida, lo mataron sin compasión. Este asesinato puso fin a la Inquisición en Alemania, aunque en los siglos venideros a Conrado no le faltarían imitadores en su terruño.
Patrona de Essen, Marburgo, Turingia, es protectora de los panaderos y los mendigos. Se la invoca contra las plagas.

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