martes, 26 de noviembre de 2013

26 de noviembre

Genoveva 

Virgen, hacia 422 – 512 
Todo comenzó cuando en una ocasión en que reposaba en Nanterre, el obispo Germán reparó en Genoveva, una niña de siete años cuya futura santidad le fue revelada mediante iluminación divina. Se dirigió entonces a la pequeña y le preguntó “Hija mía ¿deseas convertirte en inmaculada esposa de Cristo”, una proposición ciertamente inadecuada para una niña. Pero nos hallamos en los albores de la Edad Media y Genoveva, sorprendida por la pregunta del obispo, respondió alegremente que ser santa era su más ardiente deseo y que en realidad no pensaba en otra cosa. Germán le dio una pequeña cruz de cobre, advirtiéndole que nunca llevara otra joya, ni oro, ni plata ni piedras preciosas, ni perlas; entonces se cumpliría su deseo.
Desde aquel día la niña no deseaba más que asistir a misa y recibir los sacramentos, impacientando a su madre, quien demasiado ocupada en los oficios terrestres, un día le dio un cachete. Lo pagó muy caro, pues le sobrevino una ceguera que duró veinte meses y que sólo desapareció después de lavarse los ojos con un agua que
Genoveva había bendecido mediante la señal de la cruz.
Tras la muerte de sus padres Genoveva llevó una vida sumamente retirada y de completa santidad, pero su virtud, si bien admirada por todos los piadosos, le granjeaba envidias. Fue calumniada como hechicera, estafadora, hipócrita y obscena, diciéndose que en secreto se entregaba a las más bajas perversiones.
Dos grandes milagros salvaron su honra. El primero tuvo lugar cuando Atila, el rey de los hunos, cayó sobre la Galia en el año 451, asesinando, incendiando y arrasando cuanto hallaba a su paso, y marchaba hacia París, cuyos habitantes quisieron huir. Pero Genoveva profetizó que la ciudad quedaría a salvo pues los hunos se dirigirían precisamente a la región a la que los parisinos querían escapar. Y así ocurrió.
Algún tiempo después, el franco Childerico puso sitio a la ciudad. El hambre exterminaba a los habitantes hasta que Genoveva partió en busca de alimentos, regresando con dos barcos cargados hasta los topes, evadiendo el bloqueo de los bárbaros. Y cuando éstos
finalmente entraron a la ciudad, fue Genoveva quien convenció a Childerico de que tratara a los vencidos con benevolencia, lo que también ocurrió.
A su muerte, fue sepultada en la iglesia que más adelante recibiría su nombre y desde la cual obraría incontables milagros.
Durante la Revolución Francesa, el féretro de plata en el que descansaba fue fundido y sus reliquias quemadas en un gran acto público. Los jacobinos también lo pagaron muy caro, ya que pronto Dios les envió a Napoleón y, por si esto no hubiera sido suficiente, más tarde restauró a los Borbones.
Patrona de París y de Francia, es protectora de las mujeres, los pastores, los sombrereros, los veleros y los viticultores, y puede ser invocada contra las dolencias oculares, la lepra, la viruela, la sequía y la peste.

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