25 de noviembre
Catalina de Alejandría
Virgen y mártir, m. hacia 308
Rica heredera de
Alejandría, a los dieciocho años Catalina poseía una inconmensurable riqueza,
un agudo entendimiento, gran cultura y una hermosura excepcional. En pocas
palabras, tenía todo para ser feliz, pero cierta noche, en un sueño, se le
apareció la Virgen María y le dijo: "Todavía no eres realmente bella porque no estás bautizada" a raíz de lo cual la
doncella no vaciló en recibir el sacramento, menos traumático que una lipoaespiración.
A la noche
siguiente del bautizo, María volvió a aparecérsele, esta vez con el niño Jesús
en brazos. Sonriendo, Jesús le colocó en el dedo un anillo como señal de que se
había convertido en su esposa. Cuando Catalina despertó vio el anillo en su
dedo, descubriendo que, efectivamente, acababa de casarse con un niño, lo que la impactó hasta
el punto de prometer eterna virginidad.
Un día, el
emperador Maximino, enemigo acérrimo de los cristianos, visitó el templo de
Alejandría, momento que Catalina aprovechó para reprocharle su idolatría. El
emperador quedó muy asombrado por la temeridad de la muchacha, y no menos
impresionado por su belleza, por lo que hizo reunir a cincuenta eruditos para
que disputaran con ella por religión. Catalina habló en
forma tan conmovedora y
persuasiva que los cincuenta filósofos reconocieron su derrota y se
convirtieron ipso facto al cristianismo. Maximino reaccionó con furia y, en un
rapto de lucidez, en vez incinerar sus libros, hizo directamente quemar a los filósofos.
Luego de dar
cuenta de los eruditos, el emperador intentó persuadir a Catalina, valiéndose
de halagos y adulaciones, mas todo fue inútil: nuestra santa estaba empecinada
en tomar la senda del martirio. No había contado, eso sí, con que antes de
torturarla le quitarían las ropas, lo que causó mayor suplicio a la casta
doncella que los azotes que le dieron a continuación. Finalmente, los esbirros
la libraron de la vergüenza rasgando su carne con peines de hierro durante más
de dos horas y luego la arrojaron a una lóbrega mazmorra para que muriera de
inanición. Sin embargo, un ángel habría de curar sus heridas, consolarla y
suministrarle alimento y bebidas.
Al cabo de doce días, Maximino acudió a la celda,
hallando a la prisionera sana y salva y tan hermosa como siempre. Ha de haber
pensado que un auténtico milagro había tenido lugar, pues se abstuvo que
castigar a los esbirros, optando en cambio por intentar persuadir a Catalina
mediante toda suerte de promesas. Viendo cuán tozudamente ella se mantenía
aferrada a su fe, el emperador hizo llevar una rueda con cuatro agudos clavos.
Ya estaba la
doncella sentada sobre la rueda cuando apareció un ángel y destrozó por
completo los instrumentos de tortura.
El suceso impresionó
a la corte completa y también a la emperatriz, a quien, váyase a saber con qué
oscuros designios, Maximimo acostumbraba llevar a los suplicios. La emperatriz
censuró a su esposo por su crueldad y se declaró cristiana. Esto era demasiado
hasta para un emperador decadente y, presa de una ilimitada cólera, Maximino
decapitó ahí mismo a su esposa. Y de paso, a Catalina.
Cuando la cabeza
de la santa colgaba todavía del tronco, de la
herida fluyó leche en vez de
sangre. Y para que manos profanas no deshonraran su cuerpo sin vida, unos
ángeles la llevaron hasta el monte Sinaí, donde fue sepultada.
Años después, el
emperador Justino hizo erigir sobre el sepulcro una magnífica iglesia que es
hasta hoy un importante centro de peregrinación.
Patrona de los
impresores, peluqueros, curtidores, molineros, notarios, filósofos,
jurisconsultos y oradores, protege a los escolares, los cordeleros, los
tratantes de paño, los científicos, así como a las doncellas y a las niñas.
Es invocada
cuando se padece migraña y resulta útil para combatir las enfermedades de la lengua
y encontrar a los ahogados.
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