jueves, 26 de septiembre de 2013

26 de septiembre

Cipriano de Antioquia 

Obispo y mártir, m. en 304 
La vida de Cipriano de Antioquia, irremisiblemente unida a la de santa Justina de Nicomedes, constituye una prueba irrefutable de que también los asesinos de niños tienen la oportunidad de acceder a altas dignidades dentro de la jerarquía eclesial, acto de contrición mediante.
Durante gran parte de su existencia Cipriano se abocó al estudio y la práctica de la magia negra, para lo que emprendía largos viajes a Egipto, Persia y la India, donde recibía enseñanzas de astrólogos y nigromantes, constituyéndose al cabo en una verdadera autoridad en materia de ciencias ocultas.
Su relación con los cristianos no era en absoluto ambigua: se mofaba de ellos con ferocidad, aprovechando la menor oportunidad para insultarlos con expresiones impías.
A fin de impresionar a sus numerosos seguidores, trabajaba con
todas las artes del engaño, la mentira, el fraude, la intriga y el homicidio. Así pues, mataba no pocas veces niños pequeños para que con su sangre los espíritus malignos se pusieran a su servicio. Trozaba los pequeños cuerpos, extirpando los corazones aún palpitantes y en las entrañas investigaba el futuro, vaticinándolo con tanta exactitud que era tenido como el mayor nigromante de Antioquia.
En aquella época vivía en la ciudad la noble doncella Justina. No obstante ser hija de un sacerdote pagano, se había convertido a la Verdadera Fe gracias a la influencia de un vecino cristiano. 
Su belleza distante le había granjeado muchos admiradores, destacándose entre ellos el ilustre y presumido Agladio, quien, al verse rechazado por la esquiva muchacha, fue a buscar ayuda en las artes demoníacas de Cipriano.
El nigromante prometió ayudarlo, pero quedó a su vez prendado de la belleza de Justina. Sin embargo, era un profesional, por lo que echó mano de todos sus recursos de manera tal que enjambres de espíritus malignos acosaron duramente a la virgen cristiana, quien con la señal de la cruz los obligaba a retroceder despavoridos.
La impotencia de sus espíritus conmovió a Cipriano. El temor a un poder superior y la desesperación que le provocaba el recuerdo de sus pasados delitos acabaron por desalentarlo. El sacerdote cristiano Eusebio, que lo halló transformado en una sombra de sí mismo, literalmente en un guiñapo, lo consoló y lo llevó consigo a los oficios divinos.
Los feligreses y el obispo apenas si dieron crédito a sus ojos
cuando el odiado mago apareció entre sus filas, pero Cipriano hizo un auto de fe quemando todos sus libros, inaugurando así lo que acabaría siendo una tradición largamente arraigada en la cultura occidental. Trascartón recibió el bautismo y fue tan famoso por su virtud como antes lo había sido por sus vicios.
O bien los cristianos no eran muy numerosos o Cipriano conservaba intactas sus dotes para la persuasión, ya que realizó una fulgurante carrera que en poco tiempo lo llevó desde el puesto de portero de la iglesia al de obispo de Antioquia.
Durante el gobierno de Dioclesiano, nuestro santo y su amiga y mentora santa Justina fueron detenidos, resistieron los más crueles suplicios y al fin fueron conjuntamente decapitados.
Sus restos fueron trasladados en secreto hasta Roma, donde actualmente descansan en la basílica de San Juan de Letrán.

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