13 de septiembre
Maurilio
Obispo, 453
Habiendo nacido en
una rica familia de Milán, a los 20 años Maurilio abandonó riquezas y placer,
se dirigió a las Galias y se puso bajo la dirección del ilustre y a la postre
santo obispo de Tours, Martín. Ansioso de unir la vida monástica a la pastoral,
se instaló más tarde en Chalons, donde fue sacerdote durante cuarenta años.
Elegido obispo de Angers, gobernó su sede con virtud y prudencia durante otros
treinta años, hasta morir nonagenario, sano de cuerpo y espíritu.
Durante su
apostolado, los ritos paganos fueron mermando en todas las regiones del Loira
debido al incontenible avance de la
Fe. Así, por ejemplo, el
santo obispo tuvo la dicha de prender fuego a un bosque, lugar de
fiestas paganas y morada de fieras salvajes, y en su lugar elevó una iglesia dedicada a la Virgen, donde los paganos
siguieron celebrando sus fiestas, pero ahora en honor de la Purísima.
Estos son los
datos; lo demás, fabulaciones de los hagiógrafos, que en su celo le atribuyeron
asombrosos milagros, hasta el de haber parido un santo, aunque no literalmente.
Sucedió así:
Cuando un joven
agonizante solicitó al obispo los últimos sacramentos, Maurilio se demoró tanto
que al llegar lo encontró muerto. Acongojado, abandonó su sede y huyó hacia las
costas bretonas. A la orilla del mar se detuvo junto a una roca en la que
escribió estas palabras: “Yo, Maurilio de Angers, pasé por aquí”. Después, tomó
un barco y se trasladó a las islas británicas, pero al cruzar el canal, la
llave de su catedral cayó accidentalmente al mar.
Entretanto, los
fieles de Angers, entristecidos por haber perdido un obispo, con lo escasos que
eran, se lanzaron en su búsqueda. Al ver la inscripción en la roca dedujeron
que se había dirigido a Bretaña. Varios de los hombres tomaron una barca y
mientras navegaban el canal, un pez se suicidó saltando a bordo. Grande fue la
sorpresa al descubrirse en su vientre nada menos que la llave de la catedral de
Angers.
Tras algunas
investigaciones, encontraron a Maurilio trabajando como jardinero, y le rogaron
que regresara a ocupar su sede.
“No podré
regresar nunca a Angers”, explicó el obispo, “pues perdí la llave de mi
iglesia”.
Pero cuando los
fieles le mostraron la llave que habían encontrado en el vientre del pez, comprendió
que hasta Dios mismo deseaba su regreso.
No bien llegó a
Angers, se encaminó directamente a la tumba del joven que, por culpa suya,
había muerto sin confesión. Lo llamó por su nombre y ¡milagro! el joven salió
de la tumba vivo, en perfectas condiciones y sin el menor signo de
descomposición, razón por la que se le dio un nuevo nombre, Renatus.
Renato, en
francés René, quedó a morar junto a Maurilio y hasta lo sucedió en la sede
episcopal de Angers.
Cuando en el año
905 el arcediano Arcanaldo dio a conocer esta historia consiguió que en el
catálogo episcopal de la diócesis de Angers figurara un nuevo nombre, el de san
Renato. Y una vez que se admitió la existencia de tan extraordinario personaje,
al no aparecer por ninguna parte su tumba, cuatro siglos después el rey de Nápoles
llevó desde Sorrento las reliquias de otro santo del mismo nombre,
identificado, sin razón alguna, con el de Angers, que los obcecados franceses
insisten en llamar René.
No hay comentarios:
Publicar un comentario