viernes, 13 de septiembre de 2013

13 de septiembre

Maurilio



Obispo,  453
Habiendo nacido en una rica familia de Milán, a los 20 años Maurilio abandonó riquezas y placer, se dirigió a las Galias y se puso bajo la dirección del ilustre y a la postre santo obispo de Tours, Martín. Ansioso de unir la vida monástica a la pastoral, se instaló más tarde en Chalons, donde fue sacerdote durante cuarenta años. Elegido obispo de Angers, gobernó su sede con virtud y prudencia durante otros treinta años, hasta morir nonagenario, sano de cuerpo y espíritu.
Durante su apostolado, los ritos paganos fueron mermando en todas las regiones del Loira debido al incontenible avance de la Fe. Así, por ejemplo, el  santo obispo tuvo la dicha de prender fuego a un bosque, lugar de fiestas paganas y morada de fieras salvajes, y en su lugar elevó una iglesia dedicada a la Virgen, donde los paganos siguieron celebrando sus fiestas, pero ahora en honor de la Purísima.
Estos son los datos; lo demás, fabulaciones de los hagiógrafos, que en su celo le atribuyeron asombrosos milagros, hasta el de haber parido un santo, aunque no literalmente. Sucedió así:
Cuando un joven agonizante solicitó al obispo los últimos sacramentos, Maurilio se demoró tanto que al llegar lo encontró muerto. Acongojado, abandonó su sede y huyó hacia las costas bretonas. A la orilla del mar se detuvo junto a una roca en la que escribió estas palabras: “Yo, Maurilio de Angers, pasé por aquí”. Después, tomó un barco y se trasladó a las islas británicas, pero al cruzar el canal, la llave de su catedral cayó accidentalmente al mar.
Entretanto, los fieles de Angers, entristecidos por haber perdido un obispo, con lo escasos que eran, se lanzaron en su búsqueda. Al ver la inscripción en la roca dedujeron que se había dirigido a Bretaña. Varios de los hombres tomaron una barca y mientras navegaban el canal, un pez se suicidó saltando a bordo. Grande fue la sorpresa al descubrirse en su vientre nada menos que la llave de la catedral de Angers.
Tras algunas investigaciones, encontraron a Maurilio trabajando como jardinero, y le rogaron que regresara a ocupar su sede.
“No podré regresar nunca a Angers”, explicó el obispo, “pues perdí la llave de mi iglesia”.
Pero cuando los fieles le mostraron la llave que habían encontrado en el vientre del pez, comprendió que hasta Dios mismo deseaba su regreso.
No bien llegó a Angers, se encaminó directamente a la tumba del joven que, por culpa suya, había muerto sin confesión. Lo llamó por su nombre y ¡milagro! el joven salió de la tumba vivo, en perfectas condiciones y sin el menor signo de descomposición, razón por la que se le dio un nuevo nombre, Renatus.
Renato, en francés René, quedó a morar junto a Maurilio y hasta lo sucedió en la sede episcopal de Angers.
Cuando en el año 905 el arcediano Arcanaldo dio a conocer esta historia consiguió que en el catálogo episcopal de la diócesis de Angers figurara un nuevo nombre, el de san Renato. Y una vez que se admitió la existencia de tan extraordinario personaje, al no aparecer por ninguna parte su tumba, cuatro siglos después el rey de Nápoles llevó desde Sorrento las reliquias de otro santo del mismo nombre, identificado, sin razón alguna, con el de Angers, que los obcecados franceses insisten en llamar René.

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