lunes, 2 de septiembre de 2013

2 de septiembre

Simeón Estilita, el Mayor 

Estilita, hacia 390 – 459 
Este santo anacoreta fue el primero en inaugurar la a partir de entonces popular costumbre de pasarse la vida en lo alto de una columna, que hiciera furor en tiempos antiguos.
Había empezado su vida apacentando ovejas en Cilicia, naturalmente al ras del suelo, pero cuando contaba con trece años de edad, Dios le envió una señal y de inmediato ingresó en el monasterio del abad san Timoteo.
Pronto aprendió el salterio de memoria y ya no quería separarse de él. Fue inútil que sus superiores le explicaran que, puesto que ya lo había memorizado, no había razón para no devolver el libro, que podía resultar de utilidad para otros hermanos: nuestro santo se había empecinado. Los monjes no tenían idea de hasta que alturas –literalmente– podía llegar su obstinación y acabaron expulsándolo del convento.
Simón pasó entonces al monasterio del abad Heliodoro, en el que la vida era más ascética, pero no tanto como él hubiera deseado. Cuando los demás comían una vez cada dos días, él lo hacía apenas una vez a la semana. Con hojas de palmera fabricó una tosca cuerda que enlazó en torno a sus desnudas caderas y que con el tiempo le produjo una úlcera maligna que tuvo que ser desprendida de la carne mediante un cuchillo. Tras este incidente fue despedido y se retiró al desierto.
Ahí, dentro de un absurdo cubil sin tejado, que no lo protegía ni del
sol ni de las tempestades, se hizo unir a una piedra mediante una cadena de hierro.  Melecio, obispo de Antioquía, lo reconvino diciéndole que únicamente los animales necesitaban tales cadenas: el hombre debía confiar en su buena voluntad y pedir gracia al cielo. Acto seguido, Simeón mandó ser liberado de sus cadenas y se emparedó junto a un jarro de agua y diez panes. Al cabo de cuarenta días los fieles derribaron la pared y lo encontraron inmóvil, tendido en el piso, junto a los diez panes y la jarra, intactos. 
Luego de este episodio, la fama de Simeón creció de manera formidable y mucha gente acudía a él toda vez que mediante su bendición curaba las enfermedades más resistentes.
A fin de evitar las molestias que le ocasionaba la multitud mandó erigir una columna de seis metros y sobre ella pasaba día y noche, en ayuno y oración. Pero esto no hizo más que aumentar la fe de los creyentes y la curiosidad del populacho, que tomó al anacoreta como motivo de esparcimiento y destino turístico.
Simeón aumentó entonces la altura de su columna primero a doce, mas tarde a veinte y finalmente a veinticinco metros, y redujo su superficie hasta tal punto que sobre ella no podía tenderse ni sentarse. Sólo un palo en su espalda le permitía al menos pasar la noche apoyado y una vez a la semana recibía lentejas ablandadas y la sagrada comunión.
Y así transcurrió los siguientes treinta y cinco años hasta que el Señor decidió al fin librarlo de una existencia tan inútil.
Es patrono y protector de los pastores de ovejas, que vigila desde lo alto.


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