lunes, 16 de septiembre de 2013

16 de septiembre

Edita 

Monja, 961 ‑ 984

Edita era hija natural de san Edgar, en su vida terrenal, rey de Inglaterra. 
Antes de convertirse en santo, Edgar había intentado violar, aunque sin éxito, a santa Wulfilda y luego desfloró a santa Wulfrida, de lo que puede inferirse que, aunque concupiscente y depravado, Edgar se sentía irresistiblemente atraído por la santidad.

Deshonrada, Wulfrida se retiró al monasterio de Wilton llevando consigo el fruto de su pecado, la pequeña Edita, a la que educó en la religión y lejos del mundo.

Cuando ya era doncella, Edita, que había oído hablar de su padre, rechazó preventivamente su invitación de llevarla a la corte, hizo sus votos y se destacó por su gran humildad y sentido de la penitencia.

Su relación con el Redentor se caracterizaba por una especial devoción. Se santiguaba con el pulgar innumerables veces, no sólo sobre su frente sino también sobre la comida y la bebida, así como sobre toda clase de objetos domésticos.

Cuando asesinaron a su hermanastro, san Eduardo, Edita se santiguó, renunció al trono que le ofrecían y permaneció santiguándose junto a su madre en el monasterio. Utilizó su dote para ayudar a los pobres y construir una bonita iglesia, consagrada por san Dunstano a instancias de la propia Edita. Cuando en esa ocasión Dunstano advirtió la cantidad de veces que nuestra santa se santiguaba en la frente, exclamó: “Este dedo no se corromperá nunca”.

Mas tarde, durante la misa, el santo varón cayó de rodillas derramando amargas lágrimas de pesar. Al preguntársele qué le ocurría, respondió “Nuestra estrella luminosa, Edita, sólo permanecerá treinta y tres días entre nosotros”. Y así sucedió: a los treinta y tres días santa Edita abandonó este mundo sin haberlo conocido: jamás en su vida había puesto un pie fuera del monasterio.

Un mes después de su entierro, se le apareció a su madre y le declaró que con la ayuda de la cruz había vencido a Satanás. Y transcurridos trece años san Dunstano hizo exhumar sus restos comprobando que el dedo pulgar seguía intacto, santiguándose.

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