9 de agosto
Osvaldo
Rey, 604 – 642
Nacido en Nortumbria,
este sabio y justo rey anglosajón debía ir a la guerra contra un caudillo
celta, el impío Ceadwalla, pero sus fuerzas eran muy inferiores. Poco antes del
combate, Osvaldo hincó en el suelo una cruz de madera ante sus vasallos, se
arrodilló y puso su destino en manos del Dios Verdadero, quien tuvo a bien
otorgarle una aplastante victoria, ocasionando gran mortandad entre los
vencidos.
A partir de ese
momento Osvaldo destacóse como protector del cristianismo, siempre junto a san
Aidano, obispo de Lindisfarne. De Irlanda y Escocia acudieron numerosos monjes
y día a día se construían nuevas iglesias, monasterios y hospitales para los
pobres y los enfermos.
Al principio,
Osvaldo traducía al sajón los sermones de san Aidano. Cuando en una de aquellas
ocasiones Osvaldo distribuyó generosas donaciones a los pobres, Aidano tomó su
brazo y díjo: “Ojalá esta mano nunca se descomponga”. Y así habría de
ocurrir.
Osvaldo
entretenía sus ocios conversando con un cuervo que hablaba latín, haciendo
donaciones y fundando iglesias, mas sus nobles le exigieron que dada su edad y
condición, era prudente se buscase una esposa. Un día apareció en palacio un
anciano de larga barba para comunicarle que la doncella a él asignada era Pía,
hija del pagano monarca Gandon, a la que nuestro santo debía convertir a la Fe.
Osvaldo, que
hasta el momento no había mostrado mucho entusiasmo en contraer matrimonio,
arguyó que no disponía de ningún mensajero que conociese aquella tierra, su
lengua y su casa real.
“Tampoco te
servirá de nada, respondió el anciano, pues el rey Gandon juró que nunca
entregaría a su hija a hombre alguno. Pero piensa en tu cuervo”
Antes de que a
Osvaldo se le ocurriera hacer una libre interpretación de las palabras del
anciano, el cuervo se acercó volando y se ofreció a servir de intérprete.
Osvaldo escribió
el Credo cristiano en una pequeña esquela, la que cosió bien oculta entre el
plumaje del cuervo, junto a una valiosa sortija. El pájaro voló hacia su
destino, se posó suavemente en la mesa de Gandon y pidió la palabra. Gandon
estaba tan sorprendido que se la concedió y el cuervo, en nombre de Dios y de la Virgen María,
presentó la solicitud de matrimonio. Puesto que el cuervo hablaba latín, el rey
no le entendió una palabra. De todas maneras, fuera de sí, trató de aplastar al
pájaro cristiano, pero este se movió con agilidad y acabó refugiándose en
brazos de Pía.
No es en
absoluto verídica la versión que sugiere que el enviado de Osvaldo no habría
sido un cuervo, sino un jesuita: la Compañía de Jesús sería creada recién 900
años más tarde. Además, los jesuitas carecen de plumaje, y fue ahí donde Pía
acabó hallando el anillo y la esquela del rey anglosajón. Leerla, convertirse a
la Fe y arder de amor por el lejano monarca fue todo un mismo acto.
Volvió el cuervo
con la buena nueva, Osvaldo fletó unos barcos, secuestró a la princesa, se
desposaron y vivieron juntos en pureza y castidad, lo que hizo al cuervo
preguntarse más de una vez si los riesgos corridos habían valido la pena.
Las reliquias
del rey santo fueron sepultadas en Lindisfarne, excepto su brazo, que se guardó
en el palacio real. Décadas después, el venerable Beda comprobaría con sus
propios ojos que el brazo del bondadoso rey permanecía incorrupto.
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