20 de agosto
Bernardo
Abad y doctor de la Iglesia, 1090 – 1153
Al morir su
madre, el joven Bernardo, retoño de una noble familia de Borgoña, sufrió tan
tremendo impacto que nunca más quiso tener alguna clase de vínculo con el sexo
opuesto. Así, la emprendió a los gritos cuando una joven posadera, en cuyo
hostal se había alojado, ardió en deseos de poseerlo; o se sumergía desnudo en
agua helada si es que la atractiva figura de una mujer encendía su propia
pasión.
Este comportamiento, a la vez misógino y escandaloso, le creó los
suficientes conflictos en su vida social como para que decidiese ingresar a la
austera orden de Cister.
El abad pronto
se percató de que, afectado por anemia, migrañas, gastritis, hipertensión y una
acusada pérdida del sentido del gusto y de la memoria inmediata, Bernardo era
un líder monástico en potencia y lo envió, junto a doce compañeros, al Valle de
la Amargura,
en Langres, así llamado a causa de los incesantes ilícitos cometidos por los
bandoleros. La prédica de Bernardo logró convertir aquel paraje en un baluarte
de la Fe, de
manera que a partir de entonces pasó a llamarse Valle de la Luz (Clairvaux).
Pronto se
instalaron en la localidad más de setecientos hermanos, atraídos por la fama de
santidad de Bernardo, quien había sometido al espíritu hasta tal punto que no
sabía lo que comía ni adónde iba. Así y todo, consiguió mediante su elocuencia
apoyar la dudosa (pero a la postre triunfante) causa del papa Inocencio II contra el papa Anacleto II, en lo sucesivo conocido como “antipapa”.
Implacable en su
celo religioso, Bernardo abandonaba con frecuencia su monasterio para combatir
la herejía ahí donde ésta acechase. Absolutista, solía montar en cólera ante
los infieles, aunque, influido por san Agustín, nunca dejó de lado a los
pecadores y fue generoso con los vencidos, una vez vencidos. Al erudito
Abelardo lo acusó de sutilezas, consiguió que fuera excomulgado e hizo quemar
sus obras, pero se abstuvo de quemar su persona.
De su genio
quedaron muchas obras escritas y un trabajo de orden místico sobre el Cantar
de los Cantares en el que intentó demostrar que no versaba sobre sexo.
Convencido como estaba de que el pecado original se trasmitía mediante la
cópula, argumentó vehementemente contra la popular creencia en la virginidad de
María, la Madre de Dios; su elocuencia era tanta que debido a ella (y a algún
milagro) no acabó en la hoguera.
Asimismo,
sostuvo que en cierta oportunidad María se apersonó en su celda y a fin de
consolarlo durante un ocasional bloqueo creativo, lo amamantó de su sagrado
pecho.
A pesar de decir muy suelto de cuerpo esta clase de cosas,
continuó persiguiendo herejes como si nada y se debe a su piedad, oración e
incansable energía que san Luis de Francia encabezara la catastrófica empresa
conocida como Segunda Cruzada, en la que perdieron la vida más de doscientos
mil europeos y que sembró Medio Oriente de muerte, hambre y destrucción.
Afligido por las
injustas críticas de que fue objeto, falleció, entre terribles dolores de
estómago, con estas palabras, plenas de sabiduría y sentido común: “Ya es
hora de que un árbol tan viejo e infructífero sea arrancado”.
No obstante su
propia confesión, es tenido como el apóstol más grande de su siglo y ha entrado
en la historia del cristianismo como Doctor Melifluo, lo que
originalmente significa “del que fluye la miel”, aunque admite otras
interpretaciones.
Patrono de
Borgoña, Gibraltar y Liguria, es protector de los cistercienses, los
apicultores, los cereros y las abejas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario