8 de agosto
Ciriaco
Mártir, m. en 310
En el año 303,
el emperador Diocleciano –gran forjador de mártires– ordenó la persecución de
los cristianos de Roma. Una vez que hubo capturado a cantidad de ellos, los obligó
a trabajar en la construcción de una fastuosa casa de baños públicos.
A todo eso,
Artemia, la hija de Diocleciano, estaba poseída por un espíritu maligno tan
caprichoso que no cesaba de gritar: “No saldré de ella, a no ser que venga
el diácono Ciriaco”, de manera que, por orden del emperador, Ciriaco fue
traído ante la doncella y ordenó al demonio que desapareciera. Éste, que además
de maligno, no estaba en sus cabales, repuso: “Si me expulsas aquí, tendrás
que venir a Babilonia”.
Ciriaco, que
prefería cualquier cosa a seguir haciendo trabajos forzados, permaneció
imperturbable, oró a Cristo y el maligno tuvo que desaparecer.
El agradecido
emperador regaló al santo una casa, y la doncella se hizo bautizar, lo que no
evitó que el emperador siguiera persiguiendo cristianos.
Al poco tiempo,
el rey Sapor de Babilonia compareció ante Diocleciano: su hija Jobia también
había sido poseída por un demonio.
El emperador
envió a Ciriaco y, mientras examinaba a la princesa, el espíritu maligno gritó
desde su interior: “¿Te das cuenta? ¡Te he hecho venir hasta aquí!”
¡Era el mismo
lunático!
Ciriaco hizo la
señal de la cruz y al instante el demonio abandonó el cuerpo de la doncella
gritando: “¡Qué hombre tan terrible que me obliga a salir!”
De regreso a
Roma, el nuevo emperador Maximino veía con descontento el influjo que el santo había
adquirido sobre la comunidad. Quiso entonces obligarlo a retractarse de su Fe,
pero al negarse Ciriaco a ofrecer sacrificios a los dioses paganos, el
emperador –que debía estar poseído por aquel mismo demonio– lo ató desnudo ante
su carro y ordenó a su prefecto que rociara brea hirviendo sobre él. Se trataba
de una ocurrencia ciertamente extraña, pero el emperador era el emperador y el
prefecto obedeció. Luego el prefecto tendió a Ciriaco en el banco de los
suplicios y, ya más tranquilo al avanzar en terreno conocido, obedeció sin
chistar la orden de decapitarlo.
Luego del
suplicio, el prefecto se encontró con diecinueve de sus amigos en casa del
santo para tomar un gran baño y celebrar un festín. Allí fallecieron todos
repentinamente y, aunque no se pudo determinar si habían sido víctimas de
envenenamiento, desde ese instante los paganos comenzaron a tener razones para
sentir temor a sus esclavos cristianos.
Siendo uno de
los catorce santos auxiliadores, protege a los que realizan trabajos forzados y
se lo invoca contra las tribulaciones y los malos espíritus.
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