5 de agosto
Afra
Mártir, m. hacia 304
La licenciosa
chipriota Hilaria, sacerdotisa de un templo dedicado a la Venus, había llegado a
Baviera junto a su hija Afra para propagar mediante el ejercicio de la
fornicación el orgiástico culto a la diosa, quehaceres en los que educó a la
joven, quien pronto destacó por su belleza, denuedo y prodigalidad. Experta en
todas las artes del oficio, Afra pudo proporcionar a la diosa más de un nuevo
acólito.
En cierta
ocasión, quiso el Señor que en Hispania los cristianos fueran víctimas de una
persecución tan sangrienta que el obispo Narciso y su diácono Félix se vieran
obligados a huir a la
Germania. Al llegar a Augsburgo pidieron refugio en la primera
casa que encontraron. Resultó ser la de la sacerdotisa de Venus.
La madura
Hilaria, que también llegaría a santa pero que por el momento se conformaba con ser madama,
los tomó por clientes y los acogió con hospitalidad.
Antes de la
comida los hombres se dispusieron a rezar, momento en que sus rostros se
transfiguraron irradiando una paz celestial. La escena perturbó tan hondamente
a Afra que, contra su costumbre, cubrió su cuerpo con un manto y sirvió a los
huéspedes retraída y parca en palabras y zalamerías. Tan circunspecta estaba
que oyó (porque no fueron sus huéspedes sino una Voz) de la poderosa fe de los
cristianos, de su fidelidad hacia su Dios, con frecuencia probada con el
martirio y la muerte. Cayó entonces a los pies del obispo y suplicó: “¡Marchaos
de aquí, yo soy el ser más ignominioso de toda la ciudad!”.
Al enterarse de
su profesión y toda su inmundicia, Narciso no huyó espantado ni la cubrió de
insultos, como hubiera hecho cualquiera, sino que la consoló y le habló de
Jesús y María Magdalena. Lo hizo con tanta convicción que Afra derramó lágrimas
amargas y decidió cambiar su estilo de vida. Acogió a los fugitivos sin
intentar inducirlos a la adoración de Venus y puso su casa a disposición para
celebrar la comunión, lo que a primera vista puede hoy resultar chocante, pero
recuérdese que se trataba de tiempos de oscuridad e ignorancia.
El celo de Afra
se contagió a su madre Hilaria y ambas abrazaron a Dios con aún mayor pasión
que al más adinerado de sus clientes.
Los adictos a
Venus tomaron el cambio de actitud de Afra como un capricho femenino y al
principio se burlaban de ello, mas cuando se percataron de que su vocación era
seria, despechados, la denunciaron a las autoridades.
El juez Gayo, frecuente visitante de nuestra santa, le aconsejó que para salvarse, ofreciera sacrificios a los dioses, pero Afra replicó: “Me ofrezco a mí misma y sólo por Jesucristo, a fin de que mi cuerpo mancillado se purifique”.
El juez Gayo, frecuente visitante de nuestra santa, le aconsejó que para salvarse, ofreciera sacrificios a los dioses, pero Afra replicó: “Me ofrezco a mí misma y sólo por Jesucristo, a fin de que mi cuerpo mancillado se purifique”.
Impresionado por
el irracional fanatismo de la hermosa muchacha, Gayo la desnudó ante una
muchedumbre ávida de espectáculos fuertes, y ordenó que se la azotara hasta
sangrar, mientras Afra agradecía a viva voz esos dolores como expiación a sus
pecados. Luego de ser bárbaramente torturada, ardió por última vez sobre una hoguera,
el año de Gracia 304.
Hilaria y tres
pupilas del templo, que también habían abrazado la Fe, no tuvieron un final más
piadoso: fueron encerradas en una bóveda y asfixiadas con humo, para
escarmiento de todas las putas cristianas de la localidad.
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