Domingo de Guzmán
Fundador de la orden de los Predicadores, 1170 ‑ 1221
Domingo Guzmán
descendía de nobles y devotos terratenientes de Caleruega de Duero, Castilla.
Ya antes de que naciera, su madre soñó que en su vientre llevaba un perro que,
con una antorcha en el hocico, prendería fuego al mundo. Y, al momento del
bautismo, ella misma vio una rutilante estrella titilando en el pecho del niño.
Naturalmente, la pobre mujer se rehusó a amamantar al pequeño can y lo entregó
al cuidado de un tío suyo, arcipreste en la localidad de Gumiel de Izán, que
tampoco lo amamantó pero consiguió educarlo como a un ser humano.
Nuestro santo
realizó sus estudios en la escuela episcopal con brillante éxito, mas no era la
carrera erudita lo que ocupaba su mente: Castilla entera estaba sumida en la
hambruna y, queriendo hacer algo al respecto, vendió sus libros a fin de
alimentar a los hambrientos. Así y todo no acabó con la hambruna, pero al menos
pudo concluir sus estudios y fue ordenado sacerdote.
En 1203 el joven
Domingo visitó Languedoc, en el sur de Francia, una región en la que campeaba
con total impunidad la abominable herejía albigense.
Los albigenses
afirmaban que en tanto Cristo y los apóstoles habían llevado una vida de
extrema pobreza, la opulenta Iglesia Católica se había apartado de la verdadera
religión. Decidido a combatirlos mediante el ejemplo y la práctica fervorosa
del Evangelio, Domingo se desprendió de todos sus bienes y se lanzó a la lucha,
en la que contó con la eficaz colaboración del ejército de Simón de Montfort,
un energúmeno financiado por el Papa y el rey de Francia. La cruzada se
prolongó durante siete años, en los que Montfort arremetió con santa ira contra
los herejes. En 1209, el ejército de la
Fe ocupó la ciudad de Breziers, tradicional bastión de los
albigenses. Careciendo de tiempo para separar a los herejes de los creyentes,
el perspicaz Montfort dedujo que a su debido momento el Señor sabría distinguir
a los suyos. Satisfecho de su descubrimiento, mandó asesinar a todos los
habitantes, sin excepción, incluyendo mujeres y niños.
Nuestro santo,
que oraba intensamente, atribuyó la victoria al poder del rosario, un método de
rezo colectivo de su invención.
La cualidad de
esta oración, coherente con el sistema evangelizador de nuestro santo, consiste
en la inculcación del dogma mediante la incesante repetición de consignas.
En 1215, en la
ciudad de Toulouse, antigua sede de la herejía y ya recuperada para la Fe, Domingo fundó la orden de
los Predicadores, una organización de cazadores de herejes popularmente
conocida como Domini canes, o “perros del Señor”.
Cuando la orden
se hubo establecido en ocho provincias y cortada de cuajo la herejía, Domingo
quiso empezar una nueva obra evangelizadora, acometiendo ahora contra los
paganos. Sin embargo, enfermó gravemente y fue llevado al monasterio de
Bolonia, donde falleció acostado sobre cenizas.
En 1231 nuestro
santo llevaba ya diez años al cuidado del Señor, pero grande habrá sido su
contento al enterarse de que sus hermanos Dominicos habían sido puestos al
frente de la Santa
Inquisición, que acababa de ser instituida por el papa Gregorio
IX.
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