3 de agosto
Cristóbal
Mártir, siglos III‑ IV
Con semejante
nombre no podía esperarse que el pagano Réprobo fuera modelo de virtud. Oriundo
de Palestina, este gigantesco hijo de un herrero estaba obsesionado por el
deseo de servir al señor más poderoso de la tierra, al que creyó encontrar en
la persona de un violento jefe tribal que pasaba por ser un rey muy importante.
Pero pronto nuestro gigante sufrió su primera gran decepción: su idolatrado rey
se ponía a temblar ante la sola mención de Satanás.
–¿Entonces temes a alguien más poderoso que tú? –dijo, más que preguntó, Réprobo–. En tal caso he de abandonarte”.
–¿Entonces temes a alguien más poderoso que tú? –dijo, más que preguntó, Réprobo–. En tal caso he de abandonarte”.
Y, dicho y
hecho, partió hacia tierras salvajes en busca de Satanás.
En una noche de
tormenta le salieron al cruce doce caballeros; uno de ellos, con armadura negra
montado en un corcel de igual color, le dijo:
–Yo soy aquél
a quien buscas.
Y Réprobo entró
inmediatamente a su servicio.
Mas en cierta
ocasión en que los caballeros se encontraron con una modesta cruz erigida a la
vera del camino, Satanás emprendió la huida con su hueste, dando un gran rodeo
para evitar el lugar.
–¿Por qué has
huido de este signo? –preguntó Réprobo.
Satanás, que no
conocía la verdadera catadura de su nuevo servidor, confesó:
–Hubo una vez
un tal Cristo, a quien clavaron en la cruz. Siempre que lo veo, el miedo se
apodera de mí.
Réprobo lo
abandonó al instante y marchó en pos del tal Cristo, pero buscó en vano, hasta
que un día un ermitaño, con quien se topó junto a un río, le explicó que el
señor que buscaba exigía a sus seguidores, ante todo, ayuno, oración y buenas
obras.
–Constrúyete
aquí una choza y lleva los viajeros a la otra orilla –dijo el ermitaño.
Réprobo estaba
tan ansioso de verse sometido a cualquier autoridad, aun a la de un andrajoso
ermitaño, que obedeció sin chistar y desde ese momento se abocó a cruzar el
río, día y noche, con los viajeros a cuestas.
Un atardecer oyó
que un niño lo llamaba; se levantó, puso al niño sobre sus hombros y lo llevó
entre las olas, pero a cada paso la carga iba volviéndose más pesada.
–Niño –se quejó Réprobo–, pesas tanto como si yo llevara todo el mundo
sobre los hombros.
Y el niño, que
como los lectores ya habrán adivinado no era otro que Nuestro Señor Jesucristo,
replicó:
–No sólo
llevas el mundo sobre tus hombros, sino también a aquél que lo creó. En
adelante te llamarás Cristóbal, el portador de Cristo.
Al llegar a la
orilla, Réprobo clavó en tierra su cayado, que se transformó en un poderoso
árbol. Impresionado por el portento, fue desde ese instante, Cristóbal.
Según san
Ambrosio, Cristóbal convirtió a la Fe a más de cuarenta y ocho mil almas antes
de morir en el martirio a que lo sometió un rey pagano dispuesto a demostrarle
que era él y no un niño quien mandaba en esos parajes.
Patrono de
Hildesheim, Rosenberg, Stugart y Würzburg, es protector de los conductores de
automóviles, los arqueros, los encuadernadores de libros, los pilotos y del
tráfico aéreo en general, siendo de gran ayuda a los marineros, los
carpinteros, los montañistas y los niños débiles.
Siendo uno de
los catorce santos auxiliadores, se lo invoca contra la muerte sin
arrepentimiento, los demonios y el dolor de muelas.
La contemplación de su imagen por la mañana es un reconstituyente ideal para conservar la energía vital hasta la noche.
La contemplación de su imagen por la mañana es un reconstituyente ideal para conservar la energía vital hasta la noche.
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