19 de agosto
Sebaldo
Peregrino, m. en 740.
Sebaldo procedía de Dacia, actual Rumania,
y había vivido su juventud en París. Sus padres lo casaron con una piadosa
doncella de buena familia, pero en la noche de bodas Sebaldo espetó a su joven
esposa: “Hoy llevamos alhajas y mañana seremos pasto de los gusanos ¿Quieres
verdaderamente renunciar a tu virginidad, el adorno de la eternidad y dar a luz
hijos con dolor? ¿No sería mejor ponernos bajo la protección de san José?”
Curiosamente, quien huyó fue Sebaldo.
Con el tiempo, adquirió el don de obrar
milagros, por lo que el papa lo envió a predicar en Alemania. Cerca de
Ratisbona atravesó el Danubio sobre su manto y, una vez llegado a la ciudad, sin
que nadie se lo pidiera, recompuso una copa que se había roto por casualidad. Trascartón,
al bendecir a un hombre cuyos bueyes se habían extraviado, le hizo brillar
tanto las manos que gracias a su esplendor, en la oscura noche, tras breve búsqueda,
el hombre volvió a hallar su ganado. En otra ocasión, estando de camino vaya
uno a saber a dónde, se hospedó en casa de una aldeana. Aterido de frío, pidió
al ama de casa que echara algo de leña al fuego, pero la avarienta mujer hizo
como que no escuchaba.
“Mujer , dijo entonces Sebaldo, si no
quieres derrochar leña, recoge carámbanos y bolas de nieve y ponlos al fuego”.
Puesto que no le costaban un centavo, la
descreída mujer recogió carámbanos y bolas de nieve, los echó al fuego y en el
acto las llamas ardieron como si le hubieran echado leña seca y menuda. A
partir de ese mismo instante, la avaricia de la aldeana se convirtió en
generosidad, de ahí en más se abocó a ecar al fuego todos los arándanos y bolas de nieve que podía recoger hasta que murió
congelada, para mayor gloria de Dios.
Comparte el día con Magín, ermitaño en una
cueva del monte Brufañaga, cerca de Tarragona. Cuando el pretor Daciano llegó a la localidad, abandonó su cueva para convencerlo de la verdadera fe. Al ser
prendido por un grupo de cansados soldados romanos, en el torrente del Gayá hizo
brotar unas fuentes para que aplacaran la sed. No le sirvió de mucho, pues fue de
inmediato decapitado.
Quiso el Señor que de las salpicaduras de su
sangre nacieran unas rosas que sólo se encuentran alrededor de la ermita. Quizá
sean las rosas las que lo han hecho patrono de los enamorados, pero lo es más
que nada de Tarragona.
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