28 de agosto
Agustín
Obispo y doctor de la Iglesia, 354 ‑ 430
Con su amante y
un pequeño niño, aparentemente hijo de ambos, Agustín se sumó a la secta de los
maniqueos, pero luego, en Milán, sería convertido a la Fe por medio de las
lágrimas de su angustiada madre y los sermones de san Ambrosio.
Agustín regresó
al África, ya como obispo de Hipona, mostrándose en la teología tan
incontinente como lo había sido en materia de sexo. Así, le debemos la doctrina
de la predestinación que más tarde adoptaría con inimitable fanatismo su remoto
discípulo Juan Calvino.
En sus
abundantes escritos Agustín consigue demostrar que quienes no hayan recibido el
bautismo –incluidos los niños y demás débiles mentales– arderán eternamente en
los fuegos del infierno.
A él debemos
también un conocimiento más profundo del pecado original legado por Adán y Eva,
así como de su vía de contagio: el intercambio sexual.
Tanto en Oriente
como Occidente fue considerado el intérprete más cabal de las Sagradas
Escrituras. Llamado en su tiempo El martillo de los herejes, así se
tratara de maniqueos, arrianos o académicos, se lo denominó más tarde Doctor
de la Gracia.
Hombre de
profunda sabiduría, nos ha legado máximas de este tenor: “Si has entendido,
entonces lo que has entendido no es Dios”
Como le ocurrió
a Job, al hombre le es imposible comprender las acciones del Señor. Es que Dios
no puede ser reducido a una serie de respuestas inmediatas. Deseamos respuestas
concretas, pero Dios nos habla de las Pléyades, los caballos salvajes y el
granizo. Queremos un mapa de carreteras, pero Dios nos entrega en cambio una
partitura musical. Necesitamos auxilio en nuestras dificultades, y Dios nos envía
una receta de cocina.
Ay, Dios.
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