viernes, 13 de diciembre de 2013

6 de diciembre

Nicolás 

Obispo, m. hacia 345 
También conocido por su nombre holandés, Santa Claus, Nicolás fue, ya desde infante, tan devoto y observante que los días viernes llegaba a rehusar el pecho materno.
Al quedar huérfano se vio obligado a un ayuno más prolongado, pero se encontró dueño de una gran fortuna que no trepidó en dilapidar entre los más pobres y necesitados, dando así inicio a una portentosa saga de milagros. El primero de ellos tuvo lugar cuando, enterado de que tres jóvenes vecinas, a quienes su padre no podía darles dote, se encontraban a punto de prostituirse, envolvió trozos de oro y joyas en tres pañuelos y por la noche los arrojó a través de la ventana. Las jóvenes salieron prestamente a la calle para atender a tan generosos clientes, pero no vieron a nadie.
Por su virtud Nicolás fue elevado a la silla episcopal de Myra, en la
actual Turquía, donde continuó propiciando milagros. Durante una gran hambruna distribuyó panes entre los pobres –lo que le valió ser tenido por patrono de los panaderos– y, de visita en casa de un carnicero, se sorprendió durante la cena cuando su anfitrión le sirvió un plato con carne. Receloso, bajó a la bodega, descubriendo ahí los cadáveres de tres niños conservados en salmuera, a los que de inmediato devolvió a la vida.

Su fama de milagrero se extendió desde Mira a todo el imperio. Salvó de los temporales a muchos navegantes, a niños maltratados de manos de sus opresores y mediante un acto de piratería, a la propia Mira, durante otra hambruna, apareciéndose al armador de un barco de cereales y ordenándole que pusiera rumbo a la ciudad.
Los milagros se incrementaron luego de su muerte y cuando los sarracenos ocuparon Mira, dos ciudades litigaron por la posesión de sus reliquias, objeto de gran veneración popular y centro de atracción del turismo religioso, la única industria relativamente próspera del Medioevo.
Puesto que, al igual que las ideas, los santos son del primero que se los roba, la cuestión quedó zanjada el año 1087 cuando un grupo de marineros de Bari hurtó sus restos, que descansan al día de hoy en la basílica de san Nicolás, dentro de un valioso sarcófago del que fluye una humedad de carácter balsámico y propiedades milagrosas.
Patrono de Bari, Amberes, Amiens, Berlín, Grecia, Nápoles, París,
Sicilia, Venecia y Wismar, además de a los panaderos protege a los farmacéuticos, los fabricantes de bisagras y charnelas, los cerveceros, toneleros, barqueros, bomberos, pescadores, balseros, así como de los maestros de enseñanza primaria, botoneros, vendedores de grano, tenderos, pañeros, marinos, carniceros, tejedores, comerciantes de vino, niños en salmuera, escolares, peregrinos y viajeros en general.
Útil para encontrar objetos robados y de gran ayuda para las muchachas que quieren casarse, la liberación de los presos y la esterilidad conyugal, es invocado contra los juicios erróneos, los peligros del mar y las tempestades.

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