lunes, 16 de diciembre de 2013

16 de diciembre

Adelaida 

Emperatriz, 931- 999 
Adelaida, princesa de Borgoña, fue obligada por el rey longobardo Hugo a casarse con Lotario, hijo del rey, en la misma ceremonia en que el monarca desposaría a la madre de nuestra futura santa. Quiso Dios, la suerte o el veneno ingerido por Lotario, que la incestuosa unión acabara tres años después, dejando a Adelaida viuda y rica, aunque perseguida por el usurpador Beregar, que la encerró en la mazmorra de una torre, junto al lago de Garda, y procedió de ahí en más a someterla a los malos tratos de rigor.
Adelaida huyó junto con su criada, cruzando a nado el lago. Luego de un día y una noche fue encontrada por el rey Otto, Grande de Alemania, a quien se unió de hecho y más tarde, de derecho.
Poco después el papa Juan XII –el peor de los “malos papas”– coronó a Otto emperador y a Adelaida emperatriz.
Por extraño que parezca, Adelaida volvió a enviudar poco después, y fue regente hasta que su hijo Otto alcanzó la mayoría de edad.
Otto II contrajo nupcias con una pérfida princesa bizantina, Teofanía, quien comenzó a conspirar contra su suegra. La disputa entre ambas mujeres debió haber convertido la vida de palacio en un infierno, del que Otto acabó escapando de la única manera posible para alguien de su posición. A su muerte, heredó el trono su pequeño hijo Otto III, pero esto no aplacó a las damas. Por el contrario: Teofanía amenazó a la anciana emperatriz con el puño: “Si dentro de un año todavía estoy con vida, esta mujer no gobernará ni sobre un puñado de tierra.”
Cuatro semanas después de este arrebato de ira el Señor volvió a acudir en ayuda de Adelaida, llevándose a Teofanía de este valle de lágrimas.
La irascible Adelaida tuvo amargos altercados –todos de idéntico final– con su hijo adoptivo, con su propio hijo, con su nuera y hasta con su nieto Otto III, pero fue muy generosa con la Iglesia y hasta fundó un monasterio, lo que le valió la entrada al reino de los Cielos y un lugar privilegiado a la vera del Señor.

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