16 de diciembre
Adelaida
Emperatriz,
931- 999
Adelaida,
princesa de Borgoña, fue obligada por el rey longobardo Hugo a casarse con
Lotario, hijo del rey, en la misma ceremonia en que el monarca desposaría a la
madre de nuestra futura santa. Quiso Dios, la suerte o el veneno ingerido por
Lotario, que la incestuosa unión acabara tres años después, dejando a Adelaida
viuda y rica, aunque perseguida por el usurpador Beregar, que la encerró en la
mazmorra de una torre, junto al lago de Garda, y procedió de ahí en más a
someterla a los malos tratos de rigor.
Adelaida huyó
junto con su criada, cruzando a nado el lago. Luego de un día y una noche fue
encontrada por el rey Otto, Grande de Alemania, a quien se unió de hecho y más
tarde, de derecho.
Poco después el papa
Juan XII –el peor de los “malos papas”–
coronó a Otto emperador y a Adelaida emperatriz.
Por extraño que
parezca, Adelaida volvió a enviudar poco después, y fue regente hasta que su
hijo Otto alcanzó la mayoría de edad.
Otto II contrajo nupcias con una pérfida
princesa bizantina, Teofanía, quien comenzó a conspirar contra su suegra. La
disputa entre ambas mujeres debió haber convertido la vida de palacio en un
infierno, del que Otto acabó escapando de la única manera posible para alguien
de su posición. A su muerte, heredó el trono su pequeño hijo Otto III, pero
esto no aplacó a las damas. Por el contrario: Teofanía amenazó a la anciana
emperatriz con el puño: “Si dentro de un año todavía estoy con vida, esta
mujer no gobernará ni sobre un puñado de tierra.”
Cuatro semanas
después de este arrebato de ira el Señor volvió a acudir en ayuda de Adelaida,
llevándose a Teofanía de este valle de lágrimas.
La irascible
Adelaida tuvo amargos altercados –todos de idéntico final– con su hijo
adoptivo, con su propio hijo, con su nuera y hasta con su nieto Otto III, pero
fue muy generosa con la
Iglesia y hasta fundó un monasterio, lo que le valió la
entrada al reino de los Cielos y un lugar privilegiado a la vera del Señor.
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