28 de diciembre
Los santos inocentes
Mártires,
m. en 1
Cuando los tres
reyes de Oriente, que hacen una aparición tan fugaz como ambigua en las páginas
de las Sagradas Escrituras, se enteran del nacimiento del Mesías en Belén, no
tienen mejor idea que delatarlo ante su colega Herodes, a la sazón rey de
Judea. A Herodes se le había metido entre ceja y ceja que el pequeño acabaría
con su reinado, razón por la que planeaba eliminarlo.
Los cuatro
aristócratas idean un ardid: los orientales acudirán al lugar del natalicio con
obsequios, seguros de deslumbrar a una familia de sencillos aldeanos y, una vez
de regreso, revelarían a Herodes la ubicación exacta del Niño. Pero algo alteró
sus planes. Quieren los autores de los Evangelios que ese fuera nada menos que
Dios Padre, quien les ordenó en un sueño que regresaran de inmediato a sus
lejanas tierras.
Si bien la
teoría es plausible, existen indicios como para no darla
del todo por cierta o
para suponer que los acontecimientos se precipitaron inexplicablemente, ya que
el día 28 de diciembre, apenas a tres días del nacimiento y sin aguardar el
regreso de sus espías, Herodes tomó la precaución de librarse del Mesías
decapitando a todos los niños menores de dos años.
Se ha criticado
a menudo esta medida de Herodes puesto que resulta extravagante matar a todos
los niños menores de dos años para librarse de un infante de apenas de tres
días de edad, pero en su descargo es justo puntualizar que el rey de Judea no
podía saber si el futuro Mesías no sería de un tamaño mayor al normal, de lo
que sus padres podrían valerse para disimular su identidad ante las
autoridades.
Fueran cuales
fuesen las razones de Herodes, el auténtico misterio aquí es otro.
Si el hijo de
Dios había venido al mundo el 25 de diciembre y la matanza de infantes tuvo
lugar el 28, debemos conjeturar que los reyes orientales pasaron por la corte
de Judea en algún momento de esos tres días.
Está probado
(Mateo 2: 16-18) que los reyes se enteraron de la llegada del Mesías a través
de una estrella a la que divisaron entre la noche del 24 y la madrugada del 25,
pero se abre aquí un nuevo interrogante: si en efecto provenían de tierras
lejanas, para llegar a
Judea antes del 28 debieron haber viajado a velocidad
supersónica ¿por qué entonces demoraron tanto –por lo menos 10 días– en llegar recién
el 6 de enero a Belén, distante apenas unos kilómetros del palacio de Herodes?
¿Estuvieron realmente en Belén o su encuentro con el Niño Dios tuvo lugar mucho
más lejos?
El mismo Mateo
nos informa que sólo dos madres judías salvaron a sus hijos del descomunal
infanticidio: una, Isabel, que se escondió en las montañas con Juan, el futuro
Bautista. La otra fue María, la
Madre de Dios, quien había huido a Egipto con su legítimo
esposo y el Niño, lo que nos induce a sospechar que los reyes de Oriente dieron
con los fugitivos no en Belén, como afirman las escrituras, sino en tierras de
Egipto. De otro modo el encuentro tendría que haberse producido antes y no
después del 28 de diciembre.
Como puede
fácilmente advertirse, la información que nos proporcionan los Evangelistas es
contradictoria y deliberadamente confusa. No nos aclaran de qué región veían
los reyes, dónde y cuándo dieron con Jesús, por qué primero lo delataron y
luego evitaron informar a Herodes sobre su exacto paradero.
¿Fueron ellos,
acaso, quienes dieron aviso a María de la matanza que planeaba el rey de Judea?
¿Eran acaso agentes dobles? Esto explicaría por qué no regresaron donde Herodes con
el cuento de que Dios se les apareció en sueños.
La Biblia no nos
aclara nada al respecto y se conforma con decir que eran “magos”, pero el hecho
de que nunca más volvieran a aparecer sugiere que pudieron haber buscado
refugio lejos de Judea a fin de escapar de la venganza de Herodes y de la justa
ira de miles de madres judías que vieron a sus hijos morir degollados por obra
del doble juego de estos misteriosos reyes.
Para aumentar la
extrañeza que provoca este amargo episodio, las generaciones posteriores dieron
en celebrar el infanticidio con bromas de dudoso gusto y variadas clases de
chanzas.
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