martes, 3 de diciembre de 2013

3 de diciembre

Francisco Xavier

Misionero, 1506 - 1552 
Francisco Javier o Xavier es, después de san Pablo, el más grande los misioneros cristianos. Nació en lo que con posterioridad a Sabino Arana se descubrió era Euzkadi y en aquellos tiempos era conocido por el nombre de España, aunque ya formaba parte de un mundo nuevo, extenso y redondo. Tan era así que tanto al este como al oeste de Europa se extendían vastas tierras cerriles en las que campeaba el paganismo.Siendo estudiante en París, Francisco conoció a Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, también vasco y también santo, quien le preguntó cuál sería el beneficio de ganar el mundo pero perder el alma. Pasmado, Francisco quedó sin habla, se unió a Ignacio y se convirtió en uno de los siete jesuitas primigenios.
Por orden del papa, marchó hacia el lejano oriente y luego de un
demoledor viaje de catorce meses alrededor de África, arribó en 1542 a la colonia portuguesa de Goa. Ahí trabajó durante siete años procurando reformar a los corruptos colonos y convertir a la Fe a los nativos del sur de la India y la península Malaya. 
Queda la duda de si Francisco dominaba el lenguaje malabar,
predicaba a través de intérpretes o si estaba bendecido con el don del aprendizaje rápido de idiomas. Lo que es seguro es que tomó con toda seriedad su voto de pobreza, vivió de agua y arroz y dormía en una choza. Tuvo mucho éxito entre las clases bajas, pero ninguno entre los sofisticados hindúes de la alta sociedad. 
Cuando escuchó por boca de marineros acerca de Japón, al que habían conseguido echarle una ojeada pero no visitar, marchó hacia allí convirtiéndose en el primer europeo en pisar esas islas.
Durante dos años predicó con gran suceso entre los japoneses, hasta que se le ocurrió cristianizar China. Sin embargo, fue voluntad de Dios que Francisco muriera en una pequeña isla, sin siquiera haber visto ese país, agotado por su trabajo y convertido en una piltrafa a sus apenas cuarenta y seis años.
Se dice que bautizó personalmente a cientos de miles de infieles hasta el punto que al final del día no tenía fuerzas para levantar los brazos, agotados de tanto administrar los sacramentos. Desde luego, su trabajo revestía mucha urgencia: el alma de cualquiera que muere sin ser bautizado, se encamina directamente al infierno.


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