jueves, 8 de agosto de 2013

8 de agosto
Domingo de Guzmán 
Fundador de la orden de los Predicadores, 1170 ‑ 1221

Domingo Guzmán descendía de nobles y devotos terratenientes de Caleruega de Duero, Castilla. Ya antes de que naciera, su madre soñó que en su vientre llevaba un perro que, con una antorcha en el hocico, prendería fuego al mundo. Y, al momento del bautismo, ella misma vio una rutilante estrella titilando en el pecho del niño. Naturalmente, la pobre mujer se rehusó a amamantar al pequeño can y lo entregó al cuidado de un tío suyo, arcipreste en la localidad de Gumiel de Izán, que tampoco lo amamantó pero consiguió educarlo como a un ser humano.

Nuestro santo realizó sus estudios en la escuela episcopal con brillante éxito, mas no era la carrera erudita lo que ocupaba su mente: Castilla entera estaba sumida en la hambruna y, queriendo hacer algo al respecto, vendió sus libros a fin de alimentar a los hambrientos. Así y todo no acabó con la hambruna, pero al menos pudo concluir sus estudios y fue ordenado sacerdote.

En 1203 el joven Domingo visitó Languedoc, en el sur de Francia, una región en la que campeaba con total impunidad la abominable herejía albigense.

Los albigenses afirmaban que en tanto Cristo y los apóstoles habían llevado una vida de extrema pobreza, la opulenta Iglesia Católica se había apartado de la verdadera religión. Decidido a combatirlos mediante el ejemplo y la práctica fervorosa del Evangelio, Domingo se desprendió de todos sus bienes y se lanzó a la lucha, en la que contó con la eficaz colaboración del ejército de Simón de Montfort, un energúmeno financiado por el Papa y el rey de Francia. La cruzada se prolongó durante siete años, en los que Montfort arremetió con santa ira contra los herejes. En 1209, el ejército de la Fe ocupó la ciudad de Breziers, tradicional bastión de los albigenses. Careciendo de tiempo para separar a los herejes de los creyentes, el perspicaz Montfort dedujo que a su debido momento el Señor sabría distinguir a los suyos. Satisfecho de su descubrimiento, mandó asesinar a todos los habitantes, sin excepción, incluyendo mujeres y niños.

Nuestro santo, que oraba intensamente, atribuyó la victoria al poder del rosario, un método de rezo colectivo de su invención.

La cualidad de esta oración, coherente con el sistema evangelizador de nuestro santo, consiste en la inculcación del dogma mediante la incesante repetición de consignas.

En 1215, en la ciudad de Toulouse, antigua sede de la herejía y ya recuperada para la Fe, Domingo fundó la orden de los Predicadores, una organización de cazadores de herejes popularmente conocida como Domini canes, o “perros del Señor”.

Cuando la orden se hubo establecido en ocho provincias y cortada de cuajo la herejía, Domingo quiso empezar una nueva obra evangelizadora, acometiendo ahora contra los paganos. Sin embargo, enfermó gravemente y fue llevado al monasterio de Bolonia, donde falleció acostado sobre cenizas.

En 1231 nuestro santo llevaba ya diez años al cuidado del Señor, pero grande habrá sido su contento al enterarse de que sus hermanos Dominicos habían sido puestos al frente de la Santa Inquisición, que acababa de ser instituida por el papa Gregorio IX.

No hay comentarios:

Publicar un comentario