lunes, 26 de agosto de 2013

26 de agosto

Ireneo y Abundio 

Mártires, m. hacia 259
En tiempos de la persecución de Valeriano, Ireneo y Abundio recogieron el cadáver de santa Concordia (martirizada a latigazos hasta la muerte) que había sido arrojado a la cloaca pública. Descubiertos por los paganos, fueron ahogados en el mismo inmundo canal. Por la noche, el sacerdote Justino extrajo sus cuerpos del agua y los enterró en una gruta, junto a los del mártir Lorenzo. No se sabe qué fue de los restos de Concordia ni por qué Justino se abstuvo de enterrarlos. Tal vez no lo mereciera, ya que no tenemos más referencias de ella que la de haber sido quien con su muerte, provocó la de dos insignes cristianos.
Quien sí mereció su suerte fue el emperador Valeriano. Quiso el Señor que fuera hecho prisionero por los persas y entregado al rey Sapor, quien, entre otros usos viles, lo empleaba como banqueta para subir al caballo o apoyar los pies durante las audiencias.
Para mayor oprobio, quiso también el Señor que nadie exigiera la liberación de Valeriano, ni ofreciera rescate, ni nada. Fue como si jamás hubiese existido, y así murió miserablemente, en tierra extraña.
Banqueta mientras vivió, a su muerte le fue arrancada la piel que, teñida de rojo, fue expuesta como trofeo en el templo del sol.
El Señor, que es muy creativo y versátil, obra de múltiples y misteriosas maneras.

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