sábado, 17 de agosto de 2013

17 de agosto

Clara de Montefalco



Abadesa, hacia 1275 - 1308
Influida por el ejemplo de su hermana Giovanna, a los 6 años decidió llevar vida de ermitaña ingresando en la pequeña comunidad de las reclusinas. Dieciséis años después junto a Giovanna y a la multitud de jóvenes ermitañas que se apiñaban en la ermita de Montefalco, deciden hacer vida monástica, por lo que la ermita es consagrada como monasterio de agustinas descalzas.
Clara hizo los correspondientes votos de pobreza, castidad y obediencia y un año más tarde, luego de la muerte de Giovanna, fue elegida abadesa.
El año 1294 fue decisivo para la vida espiritual de Clara. En la celebración de la Epifanía, después de hacer una confesión general frente a las demás monjas, entró en un éxtasis que se prolongó durante varias semanas. Imposibilitada de comer, las religiosas la mantenían en base a agua azucarada. Fue entonces que regaló su corazón a su esposo celestial. Que Jesús lo aceptó, quedaría probado luego de la muerte de la joven abadesa.
En efecto, llevadas por la Fe, la curiosidad o el morbo, sus compañeras de monasterio abrieron el pecho del cadáver y extrajeron su gigantesco corazón, que había adquirido el tamaño de la cabeza de un niño. Lo cortaron al medio, y en las superficies del corte observaron repartidos los instrumentos de la Pasión: sobre la superficie se encontraba, en el centro, la imagen del crucificado, algo mayor que un pulgar de mujer, formada por tejidos cardiacos. La cabeza de Cristo está inclinada hacia el lado derecho, su cuerpo es blanco con excepción de una pequeña abertura en el costado derecho, de un rojo intenso; en el lado opuesto se entrelazaba una corona de pequeñas fibras densamente cubierta de espinas. En la parte inferior colgaban los tres clavos que al tacto parecían más duros que la carne. Debajo, yacía la lanza en posición oblicua, con la punta afilada y tan dura que al examinarla, al vicario general enviado por el obispo para verificar que no se trataba de un fraude, le pareció como la picadura de un aguijón. Finalmente, en otras partes se veía la esponja, el flagelo y la columna con las cuerdas. 
Incrédulos, herejes y escépticos deberán saber que el corazón y el cuerpo de Clara se mantienen incorruptos hasta la actualidad, aunque la piel de sus manos se ha oscurecido con el tiempo.
La víscera fue dispuesta para la veneración popular en la iglesia Santa Clara de Montefalco, donde su cuerpo, vestido con el hábito agustino, reposa bajo el altar mayor.
Recomendada para las enfermedades de los pies, numerosos testigos contaron que junto a su sepulcro han sanado muchos patizambos.

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