lunes, 5 de agosto de 2013

5 de agosto

Afra 

Mártir, m. hacia 304

La licenciosa chipriota Hilaria, sacerdotisa de un templo dedicado a la Venus, había llegado a Baviera junto a su hija Afra para propagar mediante el ejercicio de la fornicación el orgiástico culto a la diosa, quehaceres en los que educó a la joven, quien pronto destacó por su belleza, denuedo y prodigalidad. Experta en todas las artes del oficio, Afra pudo proporcionar a la diosa más de un nuevo acólito.
En cierta ocasión, quiso el Señor que en Hispania los cristianos fueran víctimas de una persecución tan sangrienta que el obispo Narciso y su diácono Félix se vieran obligados a huir a la Germania. Al llegar a Augsburgo pidieron refugio en la primera casa que encontraron. Resultó ser la de la sacerdotisa de Venus.
La madura Hilaria, que también llegaría a santa pero que por el momento se conformaba con ser madama, los tomó por clientes y los acogió con hospitalidad.
Antes de la comida los hombres se dispusieron a rezar, momento en que sus rostros se transfiguraron irradiando una paz celestial. La escena perturbó tan hondamente a Afra que, contra su costumbre, cubrió su cuerpo con un manto y sirvió a los huéspedes retraída y parca en palabras y zalamerías. Tan circunspecta estaba que oyó (porque no fueron sus huéspedes sino una Voz) de la poderosa fe de los cristianos, de su fidelidad hacia su Dios, con frecuencia probada con el martirio y la muerte. Cayó entonces a los pies del obispo y suplicó: “¡Marchaos de aquí, yo soy el ser más ignominioso de toda la ciudad!”.
Al enterarse de su profesión y toda su inmundicia, Narciso no huyó espantado ni la cubrió de insultos, como hubiera hecho cualquiera, sino que la consoló y le habló de Jesús y María Magdalena. Lo hizo con tanta convicción que Afra derramó lágrimas amargas y decidió cambiar su estilo de vida. Acogió a los fugitivos sin intentar inducirlos a la adoración de Venus y puso su casa a disposición para celebrar la comunión, lo que a primera vista puede hoy resultar chocante, pero recuérdese que se trataba de tiempos de oscuridad e ignorancia.
El celo de Afra se contagió a su madre Hilaria y ambas abrazaron a Dios con aún mayor pasión que al más adinerado de sus clientes.
Los adictos a Venus tomaron el cambio de actitud de Afra como un capricho femenino y al principio se burlaban de ello, mas cuando se percataron de que su vocación era seria, despechados, la denunciaron a las autoridades.
El juez Gayo, frecuente visitante de nuestra santa, le aconsejó que para salvarse, ofreciera sacrificios a los dioses, pero Afra replicó: “Me ofrezco a mí misma y sólo por Jesucristo, a fin de que mi cuerpo mancillado se purifique”.
Impresionado por el irracional fanatismo de la hermosa muchacha, Gayo la desnudó ante una muchedumbre ávida de espectáculos fuertes, y ordenó que se la azotara hasta sangrar, mientras Afra agradecía a viva voz esos dolores como expiación a sus pecados. Luego de ser bárbaramente torturada, ardió por última vez sobre una hoguera, el año de Gracia 304.
Hilaria y tres pupilas del templo, que también habían abrazado la Fe, no tuvieron un final más piadoso: fueron encerradas en una bóveda y asfixiadas con humo, para escarmiento de todas las putas cristianas de la localidad.




No hay comentarios:

Publicar un comentario