miércoles, 28 de agosto de 2013

28 de agosto

Agustín 

Obispo y doctor de la Iglesia, 354 ‑ 430 
Resulta imposible exagerar la importancia de san Agustín en la historia y doctrina de la Iglesia Católica. Oriundo de Tagaste, al norte de África, este hijo de quien con el correr de los años devendría en santa Mónica y de un pagano millonario de nombre Patricio, pronto descolló por su talento poético y filosófico, que rivalizaba con su apego a la depravación. “Como el agua, herví a borbotones excitado por la fornicación”, confesaría años más tarde.
Con su amante y un pequeño niño, aparentemente hijo de ambos, Agustín se sumó a la secta de los maniqueos, pero luego, en Milán, sería convertido a la Fe por medio de las lágrimas de su angustiada madre y los sermones de san Ambrosio.
Agustín regresó al África, ya como obispo de Hipona, mostrándose en la teología tan incontinente como lo había sido en materia de sexo. Así, le debemos la doctrina de la predestinación que más tarde adoptaría con inimitable fanatismo su remoto discípulo Juan Calvino.

En sus abundantes escritos Agustín consigue demostrar que quienes no hayan recibido el bautismo –incluidos los niños y demás débiles mentales– arderán eternamente en los fuegos del infierno.
A él debemos también un conocimiento más profundo del pecado original legado por Adán y Eva, así como de su vía de contagio: el intercambio sexual.
Tanto en Oriente como Occidente fue considerado el intérprete más cabal de las Sagradas Escrituras. Llamado en su tiempo El martillo de los herejes, así se tratara de maniqueos, arrianos o académicos, se lo denominó más tarde Doctor de la Gracia.
Hombre de profunda sabiduría, nos ha legado máximas de este tenor: “Si has entendido, entonces lo que has entendido no es Dios”
Como le ocurrió a Job, al hombre le es imposible comprender las acciones del Señor. Es que Dios no puede ser reducido a una serie de respuestas inmediatas. Deseamos respuestas concretas, pero Dios nos habla de las Pléyades, los caballos salvajes y el granizo. Queremos un mapa de carreteras, pero Dios nos entrega en cambio una partitura musical. Necesitamos auxilio en nuestras dificultades, y Dios nos envía una receta de cocina.
Ay, Dios.

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