sábado, 3 de agosto de 2013

3 de agosto

Cristóbal 

Mártir, siglos III‑ IV

Con semejante nombre no podía esperarse que el pagano Réprobo fuera modelo de virtud. Oriundo de Palestina, este gigantesco hijo de un herrero estaba obsesionado por el deseo de servir al señor más poderoso de la tierra, al que creyó encontrar en la persona de un violento jefe tribal que pasaba por ser un rey muy importante. Pero pronto nuestro gigante sufrió su primera gran decepción: su idolatrado rey se ponía a temblar ante la sola mención de Satanás. 
–¿Entonces temes a alguien más poderoso que tú? –dijo, más que preguntó, Réprobo–. En tal caso he de abandonarte”.
Y, dicho y hecho, partió hacia tierras salvajes en busca de Satanás.
En una noche de tormenta le salieron al cruce doce caballeros; uno de ellos, con armadura negra montado en un corcel de igual color, le dijo:
Yo soy aquél a quien buscas.
Y Réprobo entró inmediatamente a su servicio.
Mas en cierta ocasión en que los caballeros se encontraron con una modesta cruz erigida a la vera del camino, Satanás emprendió la huida con su hueste, dando un gran rodeo para evitar el lugar.
–¿Por qué has huido de este signo? –preguntó Réprobo.
Satanás, que no conocía la verdadera catadura de su nuevo servidor, confesó:
Hubo una vez un tal Cristo, a quien clavaron en la cruz. Siempre que lo veo, el miedo se apodera de mí.
Réprobo lo abandonó al instante y marchó en pos del tal Cristo, pero buscó en vano, hasta que un día un ermitaño, con quien se topó junto a un río, le explicó que el señor que buscaba exigía a sus seguidores, ante todo, ayuno, oración y buenas obras.
–Constrúyete aquí una choza y lleva los viajeros a la otra orilla –dijo el ermitaño.
Réprobo estaba tan ansioso de verse sometido a cualquier autoridad, aun a la de un andrajoso ermitaño, que obedeció sin chistar y desde ese momento se abocó a cruzar el río, día y noche, con los viajeros a cuestas.
Un atardecer oyó que un niño lo llamaba; se levantó, puso al niño sobre sus hombros y lo llevó entre las olas, pero a cada paso la carga iba volviéndose más pesada.
–Niño –se quejó Réprobo–, pesas tanto como si yo llevara todo el mundo sobre los hombros.
Y el niño, que como los lectores ya habrán adivinado no era otro que Nuestro Señor Jesucristo, replicó:
No sólo llevas el mundo sobre tus hombros, sino también a aquél que lo creó. En adelante te llamarás Cristóbal, el portador de Cristo.
Al llegar a la orilla, Réprobo clavó en tierra su cayado, que se transformó en un poderoso árbol. Impresionado por el portento, fue desde ese instante, Cristóbal.
Según san Ambrosio, Cristóbal convirtió a la Fe a más de cuarenta y ocho mil almas antes de morir en el martirio a que lo sometió un rey pagano dispuesto a demostrarle que era él y no un niño quien mandaba en esos parajes.
Patrono de Hildesheim, Rosenberg, Stugart y Würzburg, es protector de los conductores de automóviles, los arqueros, los encuadernadores de libros, los pilotos y del tráfico aéreo en general, siendo de gran ayuda a los marineros, los carpinteros, los montañistas y los niños débiles.
Siendo uno de los catorce santos auxiliadores, se lo invoca contra la muerte sin arrepentimiento, los demonios y el dolor de muelas. 
La contemplación de su imagen por la mañana es un reconstituyente ideal para conservar la energía vital hasta la noche.




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