domingo, 9 de marzo de 2014

9 de marzo

Francisca Romana



Viuda, 1384 ‑ 1440 
La hermosa y aristocrática Francisca de Roffredeschi había sido una niña problemática que, ya a temprana edad, dio sobradas muestras de aversión al sexo opuesto –lloraba desconsoladamente si se le cambiaba el pañal en presencia de su padre y era sacudida por convulsiones apenas un hombre halagaba su belleza o acariciaba su rostro–, no obstante lo cual, a la edad de 13 años, sus desaprensivos progenitores la entregaron en matrimonio al noble romano Lorenzo Ponzani.
La flamante unión no tuvo un buen comienzo y fue recién cuando san Alejo se le apareció en una visión que aceptó la joven cumplir con sus deberes conyugales, como lo prueban los cuatro hijos que más tarde daría a luz.
Lorenzo Ponzani no debía ser ni más ni menos repugnante que cualquier otro macho italiano, pero para un alma como la de nuestra santa, dotada de tan peculiar sensibilidad, los cuarenta años de matrimonio constituyeron una verdadera tortura psíquica.
Francesca comenzó a ser acosada por el demonio, en su propia casa, y mientras realizaba las tareas del hogar. Serpientes, perros y personas inmundas defecaban en el comedor acabado de fregar, le agarraban el pelo por detrás y la derribaban, la arrojaban violentamente escaleras abajo en el sótano o le ponían zancadillas cuando llevaba los cacharros de cocina. Un día, mientras se dedicaba a la lectura espiritual, demonios con aspecto de animales salvajes le rasgaron los libros y la arrojaron sobre un gran montón de ceniza, para después maltratarla de tal modo que Francesca quedó irreconocible.
Pero no se dejó intimidar, para lo que fue de gran ayuda su ángel custodio, un joven al que describió como “de una belleza increíble, con un cutis más blanco que la nieve y un rubor que superaba el arrebol de las rosas. Sus ojos, siempre abiertos tornados hacia el cielo, el largo cabello ensortijado tenía el color del oro bruñido, siendo tal la irradiación luminosa que emanaba de su rostro, que podía leer maitines en plena media noche".
Con el tiempo la señora Ponzani adquirió gran maestría en el arte de amortiguar los sentidos. Se prohibió comer y beber aquello que pudiese producirle deleite al paladar, haciéndose objeto de una dura autodisciplina.
En 1436, cuando durante el Gran Cisma de la Cristiandad, las fuerzas del antipapa atacaron Roma, las propiedades de los Ponzani fueron saqueadas y destruidas y hasta el propio Lorenzo, quien luego de 40 años de semejante matrimonio podría ser considerado un auténtico santo, perdió la vida. Francesca aprovechó la oportunidad para ingresar a una piadosa asociación feminista, convirtiéndose en fundadora de la orden de las Oblatas Olivetanas.
Patrona de las mujeres y de los automovilistas, es invocada contra la peste y los tormentos del purgatorio.




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