9 de marzo
Francisca Romana
Viuda, 1384 ‑ 1440
La hermosa y aristocrática Francisca de
Roffredeschi había sido una niña problemática que, ya a temprana edad, dio
sobradas muestras de aversión al sexo opuesto –lloraba desconsoladamente si se
le cambiaba el pañal en presencia de su padre y era sacudida por convulsiones
apenas un hombre halagaba su belleza o acariciaba su rostro–, no obstante lo
cual, a la edad de 13 años, sus desaprensivos progenitores la entregaron en
matrimonio al noble romano Lorenzo Ponzani.
La flamante unión no tuvo un buen comienzo y
fue recién cuando san Alejo se le apareció en una visión que aceptó la joven
cumplir con sus deberes conyugales, como lo prueban los cuatro hijos que más
tarde daría a luz.
Lorenzo Ponzani no debía ser ni más ni menos
repugnante que cualquier otro macho
italiano, pero para un alma como la de nuestra santa, dotada de tan peculiar
sensibilidad, los cuarenta años de matrimonio constituyeron una verdadera
tortura psíquica.
Francesca comenzó a ser acosada por el demonio,
en su propia casa, y mientras realizaba las tareas del hogar. Serpientes,
perros y personas inmundas defecaban en el comedor acabado de fregar, le
agarraban el pelo por detrás y la derribaban, la arrojaban violentamente
escaleras abajo en el sótano o le ponían zancadillas cuando llevaba los
cacharros de cocina. Un día, mientras se dedicaba a la lectura espiritual,
demonios con aspecto de animales salvajes le rasgaron los libros y la arrojaron
sobre un gran montón de ceniza, para después maltratarla de tal modo que
Francesca quedó irreconocible.
Pero no se dejó intimidar, para lo que fue de
gran ayuda su ángel custodio, un joven al que describió como “de una
belleza increíble, con un cutis más blanco que la nieve y un rubor que superaba
el arrebol de las rosas. Sus ojos, siempre abiertos tornados hacia el cielo, el
largo cabello ensortijado tenía el color del oro bruñido, siendo tal la
irradiación luminosa que emanaba de su rostro, que podía leer maitines en plena
media noche".
Con el tiempo la señora Ponzani adquirió gran
maestría en el arte de amortiguar los sentidos. Se prohibió comer y beber
aquello que pudiese producirle deleite al paladar, haciéndose objeto de una
dura autodisciplina.
En 1436, cuando durante el Gran Cisma de la
Cristiandad, las fuerzas del antipapa atacaron Roma, las propiedades de los
Ponzani fueron saqueadas y destruidas y hasta el propio Lorenzo, quien luego de
40 años de semejante matrimonio podría ser considerado un auténtico santo,
perdió la vida. Francesca aprovechó la oportunidad para ingresar a una piadosa
asociación feminista, convirtiéndose en fundadora de la orden de las Oblatas
Olivetanas.
Patrona de las mujeres y de los automovilistas,
es invocada contra la peste y los tormentos del purgatorio.
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