sábado, 15 de febrero de 2014

F Abelardo Santiago está de nuevo entre nosotros luego de pasar una temporada de rehabilitación en un instituto especializado. Aquí lo vemos en momentos en que explica a los demás internos que, además de panes y peces, Cristo fundamentalmente multiplicó el vino.


15 de febrero

Sigfrido

Apóstol de los suecos, m. hacia 1045
Sacerdote inglés que a pedido del rey Olaf fue enviado a Suecia, donde al decir del abate Dom Philippe Rouillard, hizo elevar en unos cuantos grados la temperatura del cristianismo, congelada desde hacía más de un siglo.
Durante sus viajes, Sigfrido convirtió a muchos suecos, lo que le granjeó el odio de los paganos, que comenzaron por asesinar a sus tres sobrinos, que Sigfrido había dejado en la diócesis de Wexlow, al sur de Gotland.
Fuera de sí, el rey torturó salvajemente a los asesinos hasta que confesaron su crimen, tras lo cual los condenó a muerte, mas Sigfrido estaba tan poseído de amor hacia los hombres que convenció al rey de que los perdonara. Olaf accedió, imponiéndoles una elevadísima multa en dinero contante y sonante, del que Sigfrido se rehusó a tomar ni un solo öre, no obstante necesitar del dinero para construir su iglesia.
No hizo más nada, pero luego de su muerte, junto a su sepulcro ocurrieron numerosos milagros y, lo que es más importante, el 1158, fue canonizado por el papa Adriano IV, que por experiencia propia conocía las dificultades de la evangelización en Noruega. Tanto es así, que optó por ser papa en vez de santo.
Sigfrido comparte su día  con Georgina, una desdibujada joven de Auvernia aficionada a las palomas, con Faustino y Jovita, convertidos en espectáculo circense por el emperador Adriano y finalmente decapitados en el camino de Cremona, en el año 122.
En este día también recordamos a Walfredo, un italiano autoritario que después de tener cinco hijos, los metió a todos en un monasterio mientras él se dirigía a Monteverde. Entre Volterra y Piombino fundó el monasterio de Palazzuolo y, a menos de veinticinco kilómetros, un monasterio para mujeres, donde encerró a su esposa.
Cuando descubrió que la vocación es cosa personal y no hereditaria, fue canonizado por el papa Pío IX, pero eso ocurrió recién en 1861, 769 años después de su muerte. Para sus hijos y su esposa, ni el descubrimiento ni la canonización supusieron consuelo alguno.

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