jueves, 20 de febrero de 2014

20 de febrero

Jacinta 

Vidente, m. 1920

Jacinta Marto, su hermano Francisco y su prima Lucía, fueron los tres niños portugueses a quienes, entre el 13 de mayo y el 13 de octubre de 1917, les fue concedido el privilegio de ver a la Virgen María en el Cova de Iría, Fátima.
A partir de entonces, todo cambiaría para ellos.
Mientras cuidaban de las ovejas, Francisco dedicó sus días a la noble tarea de consolar al Señor de los desengaños que le provocaba la especie humana. Con el firme propósito de hacer aquello que agradase a Dios, evitaba cualquier clase de pecado y con apenas siete años de edad, comenzó a aproximarse, frecuentemente al Sacramento de la Penitencia.
Jacinta, dos años menor, se propuso rezar y sufrir de acuerdo con la
petición de la Inmaculada, así como convertir pecadores, a fin de arrebatarlos del suplicio del infierno, cuya pavorosa visión tanto la había impresionado.
Los niños aceptaban el sufrimiento con alegría, y cuando les parecía poco, se lo inflingían a sí mismos, llegando al extremo de llevar una cuerda ceñida a la cintura que pronto les hizo brotar sangre, hasta que la Virgen en persona les mandó que la aflojaran durante las noches.
A través de la Gracia que había recibido y con la ayuda de la Virgen, Jacinta, tan ferviente en su amor a Dios, fue consumida por una sed insaciable de salvar a las pobres almas en peligro del infierno. La gloria de Dios, la salvación de las almas, la importancia del Papa y de los sacerdotes, la necesidad y el amor por los sacramentos, todo esto era de primer orden en su vida.
Tenía una devoción muy profunda que la llevó a estar muy cerca del Corazón Inmaculado de María, mientras Francisco dirigía su amor al Sagrado Corazón de Jesús. Jacinta asistía a misa diariamente y tenía un gran deseo de recibir a Jesús en la Santa Comunión en reparación por los pobres pecadores. Nada la atraía más que el pasar el tiempo en la Presencia Real de Jesús Eucarístico. Decía con frecuencia, "¡Cuánto amo el estar aquí! ¡Es tanto lo que le tengo que decir a Jesús!"
Con un celo inmenso, Jacinta se separaba de las cosas del mundo para dar toda su atención a las cosas del cielo. Buscaba el silencio y la soledad para darse a la contemplación. "Cuánto amo a nuestro Señor!" decía Jacinta a Lucía, "¡A veces siento que tengo fuego en el corazón pero que no me quema!"
Era una bronconeumonía.
Su hermano Francisco, que también había contraído la enfermedad, murió el 4 de abril, con una angelical sonrisa en los labios, sin un gemido y casi sin expirar. No tenía aún once años.
Jacinta lo sobrevivió un año, no obstante habérsele declarado una pleuresía purulenta, acompañada por otras complicaciones. Un día la Virgen le anunció que sería en breve llevada al hospital, donde sufriría mucho. Y así ocurrió.
Luego de una temporada en un nosocomio de Vila Nova, donde fue operada y le quitaron dos costillas, regresó a su hogar con una gran llaga en el pecho, que pronto se le infectó, causándole aun mayores padecimientos.
El 20 de febrero de 1920, hacia las seis de la tarde, declaró que se encontraba mal y pidió los últimos sacramentos. Esa noche hizo su última confesión y rogó que le llevaran pronto el viático porque moriría en breve. El indolente sacerdote no vio la urgencia y prometió llevársela al día siguiente, pero pocos minutos después, la niña murió.
El Señor dejó viva a Lucía para servir de testigo de la santidad de sus primos. Murió en 2005, sin pena ni gloria.
Tanto Jacinta como Francisco fueron trasladados al Santuario de Fátima. Los milagros que formaron parte de sus vidas, también lo fueron de sus muertes. Cuando abrieron el sepulcro de Francisco, advirtieron que el rosario que le habían colocado sobre su pecho, estaba enredado entre los dedos de sus manos. Y a Jacinta, cuando 15 años después de su muerte, la iban a trasladar hacia el Santuario, encontraron que su cuerpo estaba incorrupto.
El 18 de abril de 1989, el Santo Padre, Juan Pablo II, declaró Venerable a Jacinta y once años después, la beatificó, pero como ejemplo para todos los niños del mundo, Dios ya la había hecho santa mucho antes.
¡Felicidades a quienes llevan este nombre!

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