lunes, 17 de febrero de 2014

17 de febrero

Fintán 

Abad de Clonenagh, m. en 603
La severidad que este fanático irlandés imponía a su vida y a la regla de su monasterio superaba con creces a la de todos los abades y anacoretas de su tiempo. Sus monjes no comían otra cosa que pan duro y agua sucia, y eso únicamente tras el atardecer. Pero era muy popular entre los jóvenes, que hacían cola para ingresar a su monasterio, atraídos váyase a saber por qué. Tal vez para verlo orar: al momento de la oración Fintán irradiaba un halo de luz de tal intensidad que era capaz de cegar a los desprevenidos.
Los abades de los monasterios vecinos, preocupados por la extrema austeridad del santo, se pusieron de acuerdo en realizar una visita a Clonenagh para persuadirlo de que suavizara un poco sus estrictas reglas.
Advertido a tiempo por un ángel, Fintán organizó una mise en scene y los recibió con extraordinaria amabilidad. Para sorpresa de los demás abades, en vez del sombrío ambiente esperado, reinaba en Clonenagh la alegría y la hospitalidad. La comida era abundante, el vino bueno y alegre el humor de los monjes. Sin embargo, los visitantes desconfiaron y permanecieron ahí varios días, pero nada cambió. Cuando al fin dieron por terminada la inspección, volvió a reinar el antiguo régimen penitenciario con toda dureza.
Este malévolo antecesor de Adolf Eichmann se mostró siempre muy orgulloso de su engaño.
Comparte el día con Julián de Capadocia, quemado a fuego lento en Cesárea por orden de Firminiano, gobernador de Palestina, y con Teódulo, secretario de Firminiano que, cuando tenía 80 años, acudió a la prisión para reconfortar a cinco jóvenes cristianos que estaban siendo martirizados. Gracias a eso, en vez de morir de viejo, fue crucificado, llegó al cielo y le rezamos mucho.

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