miércoles, 9 de octubre de 2013

9 de octubre

Gunther


Anacoreta, 955 - 1045
Descendiente de la más alta nobleza, primo del emperador Enrique y cuñado del rey Esteban de Hungría, Gunther nació en Turingia, lleno de defectos: inclinado por las cosas mundanas, llevó durante años una vida de lujo, disipación y excesos, hasta que la influencia del abad Godeardo lo indujo a peregrinar a Roma y Tierra Santa, donde perdió una tercera parte de sus vicios.
A su regreso, inició su camino hacia la santidad obsequiando sus bienes a la Iglesia, y por su intermedio, a los pobres, e ingresó al monasterio de Niederaltaich.
No habiendo conocido, ni siquiera oído hablar, de la pobreza, la castidad y la necesidad, acudía excesivamente al abad a presentarle quejas y reclamos, lo que suscitaba entre ambos violentas disputas. Hasta que el abad, harto, dejó sentado que o bien Gunther obedecía de acuerdo con su voto, o tendría que abandonar la orden, regresando a las vanidades del mundo.
Las vanidades del mundo no tenían atractivo para alguien carente
de bienes, por lo que se operó en él una segunda transformación: decidido a humillarse aún más de lo prescripto por la orden, perdió otra tercera parte de sus defectos, se convirtió en ejemplo para muchos y su fama se extendió más allá de las fronteras de la región.
Convocado como consejero por Esteban de Hungría, Gunther se mantuvo fiel a sus votos y propició su primer milagro. En ocasión de un banquete en que fue servido un pavo real, plato predilecto del rey, Gunther se negó a comer. Convencido de que su cuñado aún conservaba varios de sus caprichos de la niñez, el monarca se enfureció y lo obligó, por orden real, a comer el plato. Entre la espada y la pared, Gunther se refugió en la oración. Fue entonces que el pájaro muerto levantó la cabeza y con un graznido de agradecimiento, se alejó volando.
Luego de esto, se le quitó al monje el gusto por la corte y el pavo relleno, y con permiso de su abad, se refugió en el bosque de Bohemia, donde se construyó una celda y una capilla. Durante más de treinta años acabó por librarse de la última parte de sus vicios llevando una vida ascética, sanó enfermos y posesos y trataba con absoluta familiaridad a los animales del bosque, entre los que era fácil identificar al resucitado pavo real.
Lamentablemente, aquel recóndito y desconocido valle se fue convirtiendo en meta y destino turístico de un número cada vez mayor de admiradores del anacoreta, varios de los cuales se quedaban a vivir ahí. Fue así que se creó una dependencia del monasterio que ya no correspondía a su anhelo de silencio y contemplación, por lo que una vez más decidió retirarse a otro
punto del bosque. Ahí transcurrió los últimos años de su larga vida, sin conseguir el ansiado retiro del mundo ya que siguió siendo importunado por enfermos, posesos, dementes, fans y gobernantes que buscaban su consejo. Pero ya tenía 90 años, muchos para seguir huyendo.
Comparte su día con Dionisio, Gisleno, Sabino y Abraham o Ibrahim, a quien Dios hizo salir de Caldea para que encontrara el mundo de la fe. Y para convertirlo en Padre de los creyentes, le pidió que sacrificara a su único hijo, aunque en el último instante le envió la contraorden. Dios es así.

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