martes, 15 de octubre de 2013

15 de octubre

Teresa de Jesús 

Fundadora, 1515 ‑ 1582

Oriunda de Ávila, mostró desde muy joven un temperamento tan apasionado como fantasioso que la llevó, apenas hubo terminado la lectura de Vidas de Santos, a abandonar el hogar para ser martirizada por los moros. Infortunadamente, los moros ya habían sido expulsados de la península, de manera tal que unos años más tarde pudo ingresar sin un rasguño al espacioso convento de las Carmelitas que se alza en la ciudad de Ávila.
Todo transcurrió según lo acostumbrado hasta que, en 1555, Teresa recibió la sorpresiva visita de santa María Magdalena y de san Agustín, quienes le mostraron el desagradable lugar que se le reservaba en el infierno.
Luego de la tremenda experiencia, Teresa comenzó a escuchar voces, caía con frecuencia en éxtasis, levitaba y hasta llegó a asegurar que un ángel enviado por Jesús había clavado en su corazón una flecha de oro con la punta de fuego. Cuando su confesor, san Pedro de Alcántara, comprobó que esas experiencias paranormales eran de origen místico y no psicótico, Teresa se propuso salvar no sólo su propia alma sino la del Mundo.
Arrebatada por las ansias de santidad, se empecinó en reformar a las Carmelitas, devolviéndoles la austeridad de los primeros tiempos, lo que le granjeó muchas enemistades y provocó la escisión de la orden, que se dividió así entre descalzas y normales, o calzadas. No obstante, encontró tiempo para escribir su autobiografía, un clásico de la literatura mística, a la que llamó El castillo interior, fundó sesenta conventos de la facción descalza e hizo mucho bien a pobres y enfermos.
A su muerte fue enterrada en un  sencillo ataúd de madera bajo tierra húmeda. Dos años más tarde se abrió la tumba, comprobándose que tanto la madera como el hábito se habían podrido, no así las enaguas, perfectamente conservadas. El cuerpo, por su parte, aparecía cubierto de moho y barro verdoso, pero no mostraba el menor indicio de descomposición, presentándose la carne suave, de radiante blancura, perfumada y sensible. Se separó la mano izquierda, que fue llevada a Ávila y a continuación la volvieron a sepultar. Cuando al cabo de un año fue nuevamente exhumada, se halló todo igual que en la oportunidad anterior, aunque esta vez le quitaron un brazo.
Y así se continuó, por años, exhumando su cadáver de tanto en
tanto y quitándole trozos, llegándose al extremo de seccionarle una costilla, el pie derecho y diversos fragmentos de carne, todos ellos para servir como reliquias apropiadas para la veneración popular. Cierta vez una lega excavó la tumba, abrió el pecho de la santa con un cuchillo y le extrajo el corazón, pero fue descubierta (y seriamente amonestada) ya que las gotas de sangre fresca y el aroma celestial del órgano invadieron el convento delatando así a la culpable. Grande fue la sorpresa de las jerarquías al comprobar que el corazón de la santa mostraba la herida causada por una perforación que lo dividía horizontalmente y lo partía casi en dos mitades; alrededor de la herida podían verse las quemaduras del misterioso fuego que había ardido en la punta de la flecha seráfica.
En 1750 el cuerpo de Teresa fue enterrado en la iglesia de Alba y, por última vez, diez años más tarde, volvió a ser exhibido al público junto a las rejas del coro durante toda una noche. Su cadáver, horriblemente mutilado, sirvió de inspiración a los creyentes y espanto de los herejes, quienes al ver el tratamiento que los cristianos daban a sus santos temblaron de sólo imaginar lo que serían capaces de hacer con enemigos.
Durante muchos años su mano incorrupta descansó en la alcoba del Generalísimo Francisco Franco, siendo su constante inspiración y la de su señora esposa.
Patrona de Alba de Tormes, de Ávila, de España, protectora de los pasamaneros y de la orden de las Carmelitas, es invocada en casos de intensa jaqueca.


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