2 de noviembre
Marciano
Anacoreta, siglo
IV
Su fama de
taumaturgo se esparció en poco tiempo, pero le molestaba tanto que jamás
prestaba oídos a quienes acudían a su intercesión para obtener un milagro. Así,
en cierta ocasión en que un habitante le pidió que bendijese un poco de aceite
para curar a su hija enferma, el santo se negó en redondo y la enferma recobró
la salud en ese mismo instante.
Importunado por
sus discípulos Eusebio y Agapito, por su sobrino Alipio, que insistía en
construirle sepulcros, y por la multitud que lo elegía como destino turístico, escogió
la contemplación y el silencio para así escuchar mejor la palabra de Dios.
Lamentablemente,
debido a esos mismos votos, no sabemos qué le dijo.
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